El revisor

Tren, Petu 2021

Probablemente era ya muy tarde porque volvía del trabajo a Madrid en uno de los últimos trenes que circulaba ya en esa dirección. Para no tener que recorrer todo el andén cuando llegásemos a nuestro destino, siempre tenía la precaución de elegir el vagón del final del todo.

Siempre voy preparada para estos trayectos, no importa lo cortos que sean, y aunque esté muy cansada procuro leer, escribir o pensar en mis cosas ya que de noche no se aprecia el bonito paisaje que vamos atravesando. En mi bolso llevo siempre varios bolígrafos, lápiz, borrador, una libreta, por si tengo que hacer alguna anotación o apunte y uno o más libros. Nunca sé con antelación qué tipo de lectura va a ser la apropiada y elijo sobre la marcha el libro que más me apetece de entre todos los que tengo en el bolso.

Aunque en aquella época no había empezado a utilizarlos hoy añado a la lista un par de tapones para los oídos. Las conversaciones más personales se suelen hacer hoy en día a gritos, para salvar el ruido de los trenes al pasar por las vías a toda velocidad. Ahora no te puedes arriesgar a no llevarlos por las continuas llamadas de móvil de algún compañero de asiento que a veces hacen del trayecto algo insufrible.

Pero generalmente las vueltas son más tranquilas; tanto los que van a trabajar a esas horas como los que volvemos llevamos el cansancio pintado en el rostro y a mí se me hace más corto si cuento con toda esta lista de objetos que tanto me entretienen. Así que, sacado todo el arsenal, me pongo manos a la obra para tener el mejor de los viajes.

Como a mitad del recorrido interrumpí mis lecturas porque pasaba el revisor y nunca es para mí una tarea fácil encontrar el billete a la primera. Siempre salen antes las cosas más peregrinas, aquellas que había olvidado que llevaba y que tampoco encuentras cuando las necesitas. Otras veces enseño un carnet en vez del billete ante la mirada de comprensión del pobre revisor de turno. Intento siempre adelantarme a ese momento en el que alguien espera interminables minutos hasta que por fin aparece tan ansiado papel. Con la costumbre estos avezados trabajadores generalmente muestran una gran paciencia fruto de años y años de trabajo.

Sin embargo, en aquella ocasión creí notar cierto nerviosismo en aquel hombre, realmente mayor, que parecía contrariado, a punto de estallar. Mi voz interior decía que tampoco había tardado tanto en encontrar aquello. El hombre no sabía de lo que yo era capaz si se había enfadado por tan poca cosa. El diálogo siempre se termina cuando te devuelven el billete picado; pero esta vez, cuando él siguió hablando, no podía creer lo que estaba oyendo: aquel hombre, al que veía por primera vez en mi vida, me estaba echando la gran bronca. No quería contradecirle porque jamás había sentido tales muestras de aprecio en un desconocido, pero después del aluvión de críticas casi no sabía qué decir. No quería que me reacción se hiciera evidente y en vez de protestar me dejé envolver por sus palabras asintiendo como una colegiala cuando le regañan o como cuando el abuelo afea la conducta inadecuada de su nieta preferida y, cargado de razón le explica el porqué de su equivocación para que en el futuro no la repita. Acabé estando de acuerdo con aquel perfecto desconocido.

La conversación debió acabar más o menos así:

—»En lo sucesivo no debería Ud. sentarse en el último vagón ¿Cómo podría yo ayudarle en caso de que — pasara algo? Aquí estamos el maquinista y yo que, en el momento en el que nos necesitara, la echaríamos una mano en lo que fuera, pero no si se sienta al otro extremo del tren. No sería descabellado que a estas horas de la noche, y viajando sola, alguien pudiera darle un gran susto, señorita”. En aquel momento yo aún lo era por lo que no me extrañó que se dirigiera a mí de esa forma.  

Una oleada de afecto me invadió después de sus preocupadas palabras. Siguió explicándome que únicamente poniéndome cerca de ellos él se sentiría más tranquilo. Haciendo grandes esfuerzos por contestar algo apropiado cuando no me salían ni las palabras le dije:

“Tiene Ud. razón, no había caído en que tuviera esas consecuencias y ahora que lo dice no pensé tampoco que esto fuera una preocupación añadida para Ud. Le acompaño y me pongo más cerca, como me recomienda”. Así que apesadumbrada y culpable, seguí a aquel entrañable hombre hacia el principio del tren, confiada porque a decir del amable señor, el maquinista y él mismo velaban por nuestra seguridad. 

Nunca más me quedó duda de esto, como nunca más  he vuelto a ponerme en el vagón de detrás yendo sola; como mucho, y si es de día, hacia la mitad. Por supuesto le di las gracias por su atención hacia mí y también por haberse tomado tantas molestias. Me senté y el entró en el compartimento del conductor. Jamás volví a verlo, de esto ya hace muchos años, pero no puedo olvidarlo.

Petu, 2021