Retruécanos

De pequeña me encantaban esas expresiones que no entendía pero que eludían los grandes tacos y groserías que hoy imperan a diestro y siniestro en nuestra sociedad. Estos chascarrillos eran un añadido más a la fascinación que ejercían los tebeos sobre mí y puedo decir que también influyeron en muchas personas de mi generación. Cáspita, córcholis, carambolas, caracoles, repámpanos… son algunas de las que me acuerdo y noto como se me escapa una sonrisa cuando las digo en voz alta. Era lo que los protagonistas de mis aventuras favoritas exclamaban cuando las cosas no iban como ellos querían pero también si la sorpresa era muy grata y mayúscula. 

No se consideraban palabras malsonantes, eran expresiones que yo, antes de leer tebeos, no había oído nunca. Probablemente hoy suenen redichos pero los personajes, buenos o malotes tenían una educación y una corrección hablando que para mí las quisiera yo ahora. Si de cada cinco palabras tres y media son tacos, no llegamos nunca a una frase entera sin depender de ellos en la mayoría de las conversaciones. Parecen gozar de entidad propia en casi todas las frases que utilizamos. Echo mucho de menos gran cantidad de sinónimos que se podrían utilizar si no recurriéramos tanto a esos tacos pero, al no ser elegidos, se apolillan aburridos e inertes en los libros antiguos. 

No digo que las expresiones groseras de ahora no descarguen nuestra ira de vez en cuando si tenemos un mal día o parece que todo se nos tuerce. A mí me relaja mucho decirlas pero intento que no sobrepase un máximo prudente. Si no puedo, al final añado la coletilla ¡…., iba a decir! como si con ese truco no la hubiera ya pifiado de sobra. Un hallazgo más actual es añadir ¡miércoles! antes de caer en alguna fea tentación y en una frase que seguramente iba a acabar siendo escatológica. 

Todo lo anterior ha quitado fuerza a mi enfado en numerosas ocasiones y puede ser otra gran opción para no adquirir una grosera costumbre, pero lo que me ayuda de verdad a desterrar esos feos “palabros” si no del todo al menos en su mayoría es la frase que leí en algún lugar no hace mucho. Era algo así: el hecho de introducir demasiados tacos en una conversación normal es signo de pereza mental. Ya sufro de bastante pereza en todos los sentidos como para andar ahora con añadidos. 

    No he vuelto a leer tebeos. Los de ahora se llaman de otra forma; se conocen como cómics y novela gráfica. Sus temas, el contenido, las ilustraciones están muy lejos de las que consumíamos de niños, de las que emocionaban a nuestra generación. Hay muy buenos títulos y también me he rendido a ellos con devoción por el grado de perfección que han alcanzado, pero prefiero aquellos que me acompañaron antes, al igual que me pasa con las chuches modernas. Me llenan de recuerdos los caramelos de eucalipto, el paloluz primero y luego las ruedas de regaliz rojo o negro, las pipas, los refrescos de gominola (verdes y marrones), las pastillas de leche de burra. No teníamos tanta variedad pero encienden el interruptor de mis recuerdos a base de bien. Algunos subsisten hasta hoy pero hay muchos más ahora por lo que la mayoría son nuevos para mí y me agobio un poco con tanto surtido.

Con las lecturas de tebeos ha pasado lo mismo. Antes eran habas contadas, hoy hay títulos para parar un tren; muchas editoriales están especializadas solo en estos temas y me consta que con gran número de seguidores. Sin  poder decidirme por ninguno aprovecho también todo lo que hay ahora que es mucho, disfruto de las aventuras modernas como disfrutaba antes con los personajes clásicos, pero dejaba volar mi imaginación y me enganchaba con mucha más pasión al ensueño acompañada de mis personajes favoritos de la infancia, sin ninguna duda. 

   Las tardes de verano con su letargo insoportable, la media luz que evitaba que subiera en las casas varios grados la temperatura, el calor pegajoso y aplastante, el aburrimiento estival muchas veces asociado con la hora de la siesta, (si los mayores intentaron  acostumbrarte a ella durante toda tu infancia acabas odiándola); todo esto eran las interminables horas de siesta institucionalizada por imperativo categórico, en las que éramos obligados a permanecer recluidos en los dormitorios y que habrían sido mortales si no hubiéramos contado con la tabla de salvación que para nosotros representaban los tebeos; todo aquel sufrimiento pasaba de forma más benévola dedicándolo a soñar con nuestros héroes de papel preferidos. A veces, movidos por el cansancio, el calor y la penumbra, nos acabábamos rindiendo al sueño, pero éste era siempre impuesto, en absoluto elegido. Después, con la fresca, ya era otra cosa pues podías dedicarte a juegos más dinámicos, a remojarte en la piscina, a jugar al pin-pon en casa de los primos o dar una vuelta por el pueblo a ver qué ambiente había. Con todos los ingredientes anteriores fuimos pergeñando lo que luego se convirtió sin duda en un espacio muy querido, muy evocado junto con el resto de actividades que desarrollamos en nuestros años mozos. Todos los detalles de los que hablo aquí permanecieron hasta hoy grabados en un profundo surco, quedaron fijos para el recuerdo; los recobro a menudo porque se me quedaron pegados a la niñez y no hay quien los desprenda,…ni ganas.

Petu, 29 Mayo 2022