
Hacía frío porque, cuando hay que sacar a tu mascota de paseo, sales pronto para que el día te cunda y no se junte con el resto de cosas que quedan por hacer. La niebla estaba baja y apenas nos conocimos cuando nos cruzamos a más de dos metros de distancia. Pero fijándote un poco más a él se le identificaba fácilmente. Su andar atolondrado e inseguro iba siguiéndole a duras penas los pasos a un perro demasiado grande para que él lo paseara solo. Siempre sonriendo, siempre dispuesto a hablar; esta vez no tuve que decir: lo siento Juliano, no puedo entretenerme mucho, tengo que ir a trabajar y voy muy mal de tiempo.
Ese día lo tenía libre, ese día podíamos hablar de nuestras cosas. Y así fue, porque nos contamos como íbamos a pasar la Nochebuena cada uno. Ellos iban al pueblo a ver a su hija y de paso a ponerse al tanto de las novedades con los vecinos, que eran sus amigos de toda la vida. Su oficio de agricultor hacía ya mucho que no lo ejercía pero, cuando estaba de visita y se juntaban todos, siempre echaba una mano a preparar lo que hubiera que hacer en el campo en esta época del año, si se lo pedía alguien. Le encantaba enseñar todo lo que sabía a cualquiera que tuviera un huerto pequeño, disfrutaba de nuevo de un trabajo que para él no lo era. Se sentía feliz ayudando. Allí siempre hay faena, decía. Y si no tienes nada pendiente vas adelantando cosas.
Su mujer hacía tiempo que no salía de casa. Sufre mucho de las piernas, me contaba, pero a mí me gusta andar. Me distrae mucho si no hay algo que hacer. Como aquí hay más tiempo libre sacar al perro me entretiene. Ella tiene bastante con hacer las tareas domésticas. Ahora que vamos a ver a la hija y a las nietas descansará un poco. Allí cambiamos de aires y luego venimos como nuevos los dos.
Jamás conocí a su mujer pero siempre pregunté por ella en los paseos y cuando se acercaban estas fechas parece que hacían planes como los niños ante la perspectiva de no ir al cole durante varias semanas y con todas las vacaciones por delante.
El brillo que veía en sus ojos ante el viaje, los encuentros y las celebraciones familiares, no se había disipado con los años manteniéndose esa emoción inquebrantable durante toda su vida ¿Cuánta gente mayor pasaba estos días, cuando llegaba a la edad de mi amigo, solo por mantener intacta la ilusión de los más pequeños de la casa? Él no, él hacía de esto su razón de ser. Su cara lo decía todo. Parece que ya lo tenía todo dispuesto y preparado. A medida que se acercaba la fecha, su mirada encendida se acrecentaba rememorando todas esas costumbres que se repiten año tras año y en algunas coincidíamos pero otras tienen un sello propio y eran particulares de cada familia en concreto.
Mi amigo Juliano me contagió esa pasión suya por la celebración navideña mientras relataba todas sus vivencias; ese sentido profundo que tenía para él reunirse con su gente, el deseo de regresar a la niñez, evocar las mismas emociones y deseos infantiles que se disparan como un resorte quedándose fijos en la mente por lo menos hasta que terminara el año.
Hoy busco de nuevo ese vínculo, procuro anticiparme a esos momentos y también demorar su marcha unos días cuando ya se han ido. Son muchos días festivos pero yo intento dilatarlos todo lo que puedo. Me ayudan las luces de las calles, los olores, los dulces y también los recuerdos de otras Navidades, sobre todo las más lejanas en el tiempo, las verdaderas Navidades, las de la infancia.
Mientras íbamos charlando no había más sonidos que los de nuestra conversación, no se veía mucho más allá de donde estábamos y nos pareció que lo único que faltaba en estas fechas era que el paisaje se tiñera de blanco como antaño en esta época del año. Ese tinte blanquecino que realza la belleza de cualquier lugar haciéndolo más bello siempre. Aún estamos a tiempo, dijo Juliano, aún nos puede sorprender una gran nevada. Después seguimos los dos nuestro camino, cada uno con nuestros pensamientos, cada cual absorto en sus pequeñas historias conocidas, sabiendo que se aproximaban días muy felices para ambos.
Petu, 30 diciembre 2021

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