¡Qué tía!

Recuerdo varios casos de tirón de bolso, ese procedimiento que utilizan los amigos de lo ajeno para apropiarse de bolsos de incautos que pasean por la calle sin tomar demasiadas precauciones. Solo uno de los tres prosperó como los cacos deseaban. En todos hubo una fuerte y clara oposición, una lucha abierta por lo que es de uno y no lo cede a la fuerza sin oponer una justa y fiera resistencia, todas presentaron batalla. No presencié ninguno de los episodios, en todos ellos me contaron los pormenores aquellos que los presenciaron y en los tres salió de lo más profundo de mí un elogioso ¡qué tía!

El primero lo contaron unos familiares que salieron a dar un paseo por el barrio. De lejos vieron como un sujeto realizaba sin mucho miramiento su  vergonzosa acción, tirando al suelo a una mujer mayor con el único propósito de llevarse su bolso y si para ello tenía que arrancárselo pues parece que lo habría hecho. La mujer empeñada en que ese desconocido no se saliera con la suya, terca y agarrando el bolso se dejó arrastrar varios metros. Esta pareja de conocidos que lo estaba viendo corrió en ayuda de la mujer gritando: ¡suelte el bolso, suéltelo! La pobre infeliz, como si realmente oyera lo contrario de lo que le decían lo apretaba más y seguía siendo arrastrada por el desaprensivo atacante que, al ver que había llamado la atención por más tiempo del estrictamente necesario para perpetrar su fechoría y se acercaba alguien a socorrer a su víctima, salió huyendo sin bolso. Las fuerzas de la señora no menguaron y por eso mismo vio como el asaltante desaparecía por las calles del barrio. 

Se levantó del suelo con ayuda de varias personas hecha un ecce homo con el  abrigo roto, las medias agujereadas y sangre en las rodillas. Además del susto en el cuerpo y los nervios la pobre mujer también tuvo que sufrir la reprimenda de todos los espectadores por no haber cedido desde el principio, soltando el bolso y ahorrándose el arrastre y las heridas. 

El segundo caso fue el de una persona aún más recalcitrante, lo protagonizó un familiar muy cercano y querido en la familia. Terca, obstinada y con gran determinación, nuestra tía abuela bien entrada en la edad madura disfrutaba de una envidiable condición física. Se apuntaba a muchos de nuestros juegos que requerían un gran esfuerzo a la altura de muy pocos mayores. Cuando nos disponíamos a jugar era ella incluso la que los proponía. Comba, goma, el pañuelo…¡qué sé yo! Era de sobra conocido en la familia su desparpajo en general pero también su facilidad para relatar historias disparatadas, contarnos los libros que leía exagerando todo lo posible y consiguiendo que acabaran siendo un gran absurdo. A todo le daba su peculiar visión aprovechando para cambiar las palabras, el orden de las frases; inventando un idioma nuevo que solo nosotros conocíamos. Risueña, divertida, activa y muy peculiar siempre fue por libre. Aunque ya conocíamos al menos la mitad de sus sorprendentes salidas, raras veces nos dejaba indiferente. Solo pasaba algunas semanas en verano en el mismo pueblo que nosotros porque ella residía en Valencia capital. Allí tuvo lugar el suceso que ocurrió en segundo lugar, que me contaron de joven y que tuvo como protagonista a nuestra pizpireta tía.

Parece ser que iba a hacer unos recados por alguna de las calles principales de Valencia, en una hora en que no eran demasiado transitadas. Portaba su bolso con actitud despistada que es la preferida de los ladrones. Supongo que la visual que el caco realizó para escoger a su víctima no fue del todo acertada, pues aquel individuo sufrió en sus propias carnes tan nefasta elección. Al notar que tras el tirón le arrebataban el bolso mi tía salió corriendo detrás del caco y cuanto más apretaba éste el paso más corría ella detrás. Sin aflojar velocidad ninguno de los dos, parece que se dieron una larga carrera por varias calles de alrededor, durante la cual el infeliz pretendía dar esquinazo a la dichosa señora. Un rato después, decaído, doblado por el esfuerzo y encorvado sobre sus rodillas, (suponemos que lamentando su mala suerte también), intentaba recuperar el resuello sin dar crédito a lo que la abuela daba de sí.

Al ver que el ladrón paraba para tomar un descanso, mi tía aprovechó para camelárselo. Mira hijo, no te voy a dar el bolso voluntariamente. Yo aún tengo aguante para rato, así que si no quieres seguir tira el bolso y el monedero y quédate el dinero que llevo. Si no, seguimos corriendo, tú verás, ¡como quieras! 

Solo un minuto después y habiendo calibrado no solo lo desentrenado que estaba él y el fuelle de la señora decidió hacerle caso antes de sucumbir o desplomarse en el suelo. Con el orgullo herido y el miedo en el cuerpo por si se le echaba encima la policía se plantearía que no podía ni contar lo sucedido por el descrédito que esto iba suponer a su carrera, nunca mejor dicho. Así que, estudiadas las opciones, abatido y humillado, abrió el bolso saco el dinero del monedero y dejó todo en la calle para que aquella odiosa mujer dejara por fin de perseguirle.

La tercera víctima de un atropello similar no fue otra que mi hermana, la pequeñita de la casa. Estaba con el resto de los hermanos que se habían animado a hacer un viajecito a Andalucía. Descansando y disfrutando de un relajado aperitivo en una concurrida terraza, con el calor y la actitud indolente de las vacaciones, no repararon que uno de los bolsos estaba algo lejos para ser controlado. 

Como cuando unos descansan otros siguen alerta, alguien vio la posible ganancia, aprovechó la situación y el bolso pasó rápidamente a otras manos. Rápida como una flecha, mi hermana, deshaciéndose de las incómodas sandalias, de dos zancadas dio alcance al ratero enganchándolo desde atrás por el cuello de la camiseta. Aquel impresentable ya se había subido a una motocicleta que estaba preparada para salir pitando y aunque agarrado, no lo estaba con suficiente firmeza. Con el acelerón mi hermana perdió su presa, escurriéndose rápidamente como un pez de entre sus dedos. No hay cosa que más rabia dé que te roben y estar a punto de recobrarlo todo, así que con la adrenalina a tope y muy enfadada se dirigió al resto de hermanos diciendo: ¡anda que me habéis ayudado! 

Desde luego fue en aquella ocasión la que más rápido reaccionó de todos los testigos. Entre ellos se miraron con preocupación. Rápida, fuerte y decidida, mi hermana si le consigue agarrar le mata. La segunda parte fue también muy desagradable pues en el momento de poner la denuncia el agente, luchando por encontrar las teclas de la máquina de escribir, hizo que el sencillo trámite llevara el doble de tiempo; tampoco ponía un dato a derechas de cuanto le contaban como si la historia no fuese con él o porque su trabajo fuera otro. Desde entonces hago todo lo posible por colocar el bolso lo más cerca de mí, yo no tengo tanta fuerza, ni tantos reflejos, ni soy tan rápida.

Petu, 27 mayo 2022

Meditación con gato

Tiger. Foto Petu

Por una larga temporada he conseguido que mi ejercicio físico se aproxime prácticamente a cero. De ser una gran consumidora de casi cualquier tipo de método para mantenerme en forma lo he ido reduciendo cada vez más. En aquella época, en cuanto a ejercicio se refiere, entré en una fase de fatiga grande que me impedía hacer una vida normal y, claro, todas aquellas cosas a las que me entregaba con verdadera pasión fueron siendo descartadas por ser demasiado agotadoras. Cualquier actividad, incluidas las cotidianas, suponía para mí un trabajo monumental. Aunque es obvio que aumentando la actividad física disminuye el cansancio porque te provee de más energía para gastar, te revitaliza y da vigor, yo huía de aquella posibilidad y me colocaba al otro extremo: mi lugar favorito, mi rincón perfecto era el más próximo a mi querido sofá con una esponjosa manta hecha a mano por encima. Así pasé gran parte de mi tiempo viendo pasar los días y las semanas mirando a veces por la ventana, viendo alguna peli o leyendo, aunque esto último fue más adelante. 

  Con todo yo disfrutaba de un bienestar interior, de un oasis de paz que seguiré añorando siempre. Si me preguntaban cómo me encontraba, yo respondía que bien. Si me decían que tenía que animarme yo contestaba extrañada que estaba animada, incluso alegre. Mi estado no era depresivo o triste, todo lo contrario, pero no me impulsaba a la acción sino a la ensoñación. Tenía más que ver con la falta de energía que con la tristeza. 

   Con el paso del tiempo, y fue mucho el que pasó aunque yo no lo noté, fui recuperando fuerzas. Con el buen tiempo, primero al sol y luego en los paseos encontré la llave que me devolvió a mi antiguo estado. Aunque antes ya había hecho algún pinito, en algún momento mi atención se fijó de forma más constante en la meditación. Llevo varios años haciendo yoga y quien diga que es un ejercicio suave le invito a que lo pruebe. De momento tenía que posponer esa cadena de posturas y probar con algo más ligero. La meditación fue algo que compaginaba con el yoga pero al igual que éste, la meditación no formaba aún parte de mi día a día. No encontraba un momento perfecto para que fuera metódico, así que solo de vez en cuando acudía en su ayuda. Recibía grandes compensaciones pero, generalmente, cuando me descuidaba, volvía a prescindir de él.

 Aprovechando que el letargo de ensoñación pareció ceder un poco me pareció el momento idóneo para poder ampliarlo con esta técnica que me gustaba tanto. La hora elegida fue las ocho de la tarde. Pasaba con gran esfuerzo del sillón a la cama para volcarme en una sesión de meditación guiada, aunque tumbada porque no podía mantener la espalda tan recta y erguida como se recomienda. Provista de cascos para profundizar más en las recomendaciones que me daba algún profesional, me olvidaba por unos minutos del mundo y era capaz de dejar mis pensamientos al margen. Con cada sesión se perfecciona la técnica y consigues resultados cada vez más efectivos y placenteros. Con la puerta cerrada y los cascos la inmersión hacia tu interior es total, salvo que la puerta no esté cerrada como tú creías. 

   En medio de la más tranquila de las sesiones, con todas las alertas desconectadas, siento como mi gato salta como un tigre encima de mí dándome un susto de muerte. Jugando con todos los cables desconecta el reproductor y la entrada de los cascos como si haciendo las tres cosas a la vez y en sigilo fuera a recibir un premio. Lo último que mi conciencia oyó fue: estás muy relajado, tu respiración es lenta y profunda y estás haciendo un viaje a tu interior cada vez más hondo, intenso y penetrante. Tuve que interrumpir la ya de por sí paralizada sesión y realizar una nueva desde el principio porque mis nervios habían alcanzado una intensidad mayor que cuando empecé con la práctica. Unos momentos después mi gato había conseguido su mejor postura, justo en la zona de mi estómago. Fue a partir de ese momento cuando pudimos reiniciar la meditación. 

Es un trabajo conjunto como comprendo poco después: el me relaja a mí con su insignificante peso y yo a él con mi respiración. Gato y proyecto yóguico por fin los dos a una con el mismo deseo de pasar unos minutos sin distracciones, en la misma respiración, en parecida posición. En paz.

Petu, 1 mayo 2022