
Hoy hemos amanecido raro, el cielo aparecía marrón, el campo tenía una densa lámina de polvo. Mis árboles favoritos, mis lugares perfectos eran todos una deslucida imagen de color sepia. Dicen que es polvo del Sáhara pero parece una foto antigua, una estampa trasnochada en la que todo sale viejo y con apariencia borrosa. En las fotos me gusta, en la naturaleza no.
Mi paisaje, el de todos, debe ser nítido; el cielo debe lucir su mejor azul, el campo bien verde en invierno, un verde jugoso y húmedo; de color amarillo, el de la paja, cuando hace calor, blanco solo cuando nieva y poco más. Nada de desteñidos ni paletas de tonos raros. No quiero otras representaciones extrañas y menos si son desvaídas.
Además de triste esta mañana el paisaje estaba más silencioso, era como una negativa a asimilar este cambio que parece que no solo me disgustaba a mí. Parece que ese disgusto se había extendido a otros, más o menos protagonistas de nuestro querido entorno. No lo recibí como esa tranquilidad tan agradable que se produce después de una intensa nevada en la que los sonidos se amortiguan y la calma y el reposo se adueñan de toda la naturaleza y también de uno mismo; esto no era igual, esto no era sino una afonía en la que todo se queda mudo por desconfianza, para mostrar su desaprobación y sospecha.
Hoy permanecer asomada a la ventana requería un plus de atrevimiento para afrontar esta distorsión, a mi juicio grave. No me encontraba con ánimos después de ver el panorama que me rodeaba. Para mí quedarme mirando y preguntándome qué era esto supuso un himno a la osadía. Por eso hoy no me recreé mucho mirando al exterior, hoy no necesitaba una gran excusa para dedicarme a otras cosas enseguida. Y quise cambiar de tema, entretenerme en otros quehaceres y evadirme, pero no podía. Seguía terca con lo mismo y no podía separarme de la imagen plana, marrón y triste que me perseguía desde la ventana.
El ánimo también amaneció turbio como si desde ese insólito cielo nos empujaran hacia abajo, como si hubiéramos ganado todos algo de peso, perdido talla, o las dos cosas a la vez. De momento no sé cómo hacerle frente a nada de esto y me estrujo la cabeza para desintoxicarme de polvo y de pesadumbre emocional. Pero algo tengo que hacer para sacudirme ambos. Porque hay un no sé qué de bolero en todo el ambiente desde entonces.

Tristeza y melancolía que me traslada, con cierto remordimiento, a imaginar como avanzaba la vida antes; y contemplo el que tuvo que ser un transcurrir lento y esforzado de nuestros ancestros como contrapartida a este devenir apresurado y superficial, que se pega a nuestros días como otra piel encima de la nuestra, mientras corre desaforado intentando dejarnos atrás continuamente. Pero aunque en sus fotos nos muestre una realidad coloreada de marrón, apagada y tenue, los vivos colores desprovistos de contaminación del entorno de nuestros abuelos no eran así de desvaídos, solo lo son sus fotos.
Tengo la intención de cambiar de planteamientos y fijar los términos en los que voy a indagar para no despistarme con estas nuevas señales del paisaje que ya veo que no me van a echar una mano. El caso es que el resultado no compensa de momento, las ideas van y vienen en desordenado batiburrillo; como el polvo que cambia de sitio cuando lo limpias en casa; el aire enrarecido lo vuelve todo más espeso y no se te ocurra añadir agua ahora porque podrías vértelas con el dichoso barro.
Así las cosas tenemos que hacer doble esfuerzo para aclarar conceptos, y yo aprovecho para hacerme las mismas preguntas de siempre pero de una manera mucho más intuitiva. Las respuestas, que tendrán mucho que ver con las que voy a necesitar ahora, serán idóneas para esa limpieza general. Mientras sigo enredada en mis pensamientos intento pillar desprevenida esa desafortunada imagen que me devuelve la ventana, y de vez en cuando me asomo rápida para ver si ese color tan incómodo se ha disipado un poco.
La idea de dejarme llevar por la tristeza del día no me gusta mucho y me apena pensar más en ello, así que lo primero que me planteo es subir un poco los ánimos, “des-aplastarme”. Bailar no puedo, por prescripción médica, pero poner música y cantar… ¿quién me lo impide? Voy a tener una mañana de derrotar ese polvo extraño y lo haré a conciencia pero sin el plumero. Ahora lo que menos me apetece tomar es un batido de cacao, bastante tengo hoy con la arenisca de chocolate; hoy creo que va a ser un gran vaso de horchata, a ver si con ella desbloqueo este sopor, blanqueo un poco el paisaje y me libro por unas horas del desencanto.
Petu, 26 junio 2022


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