Favourite Toys — Juguetes Favoritos

Most of my favourite toys are surrounded by a story. Sometimes the toy is the centre of the story, sometimes an accessory. But, in any case, it shines in there like a mysterious symbol of beauty and wisdom.

When there’s no particular story attached, the image of the toy floats freely around in the mental sea of my childhood. For example, I can think of three of my most enjoyed toys from around the time I was ten to twelve, which simply provided endless hours of stimulating fun, although now I wouldn’t know how to make them work if my life depended on it: the Hulla hoop, the Rubik’s cube and a board game called Mastermind —I lie: there is a little story involving one of my many cheap hulla hoops but it’s a bit gruesome and I’ll leave it, perhaps for some other time. Suffices to say that the story had a happy ending for all concerned.

Other examples of toys swimming in a sea of unencumbered happiness are: baby doll Pepin, the pedal car, the shoebox-sized tv set (it wasn’t a toy and it belonged to the whole family), the black Nancy doll, the multi-purpose plastic ball… This last one does elicit a couple of anecdotes but only poignant to those interested in 1980’s precursors to today’s challenge games, or Actor’s Studio’s-type drama exercises designed by children, or the peculiarities of boxer dogs, or all of the above, so I will leave it in the drawer keeping company to the killer hulla hoop.

The toys with the real stories are: 

— The teddy bear I got the day I was born, who could growl but lost its voice after spending a whole winter up an orange tree and now lives with the plush one-eyed cat I gave my mom on her third to last birthday (it had two eyes when I bought it. I don’t remember how it happened to lose one but my teddy had nothing to do with it; they were good friends from the get-go.)

— The first picture book, which flew with me on my first air flight when I was three and seemed to mysteriously disappear in mid-air. I only know I had it because I remember looking at its wondrous illustrations during that flight, and I only remember the flight because I remember looking at the book while I was on a plane, and it could only be that plane flying to Spain from Germany on 1968.

— The toy pram forcibly left behind after having played with it only for a few days (at least in my mind) because we had to leave the country and had to fit all our possessions in a car (a Citröen 2CV, I think, although it could’ve been a later, bigger model).

— The house made by mum out of a biscuit cardboard box when I was in bed with one of the childhood illnesses and which was destroyed by a hydra that took possession of mum for a few moments while I was not doing my homework.

— The first bike, white, small and pretty, which my grandpa bought for me to the dismay of my mother and aunt, who were counting on his pension to buy bare necessities.

— The second bike, a red BH my mum got me after an all straight A’s 4th grade, which got stolen but then retrieved when I was walking along the path by the almond tree fields. Some children and the woman with the burned-out face who I had seen many times in the neighbourhood but who I had never talked to were walking along the same path in the opposite direction. The burned woman was carrying my bike by the handlebar. She readily gave it to me when I started screaming it was mine. She assured me she didn’t know. 

— The third bike, another BMX. It also got stolen and it also got found, this time by my proactive detective work, of which I remember being very proud of at the time. Not so proud of making a little gitana girl cry because she was so frightened of her parents reaction at her older brother being found out for stealing a bike. I assured her I wasn’t going to tell the police.

I remember being naked on the beach. My mum wanted my brother and I to be naked on the beach —after all, it was Ibiza in the 70’s. The other children weren’t naked, not on that beach, but after the few initial minutes, I didn’t mind that much. I felt equally naked and equally dressed all the time, whether I had clothes on or not. I felt as if my skin was thick and deep blue, like the one of that Indian god’s. 

I would lie on the warm sand and observed the dung beetles do their work by the dunes for hours. Oh, their scent and their perfect beauty! All those toys I mentioned are treasures in the picture book of my life. What of the treasures that cannot be stolen, lost, spoiled or left behind because they weren’t yours to keep, simply there for you to enjoy and then let go? And aren’t all toys merely apparent possessions, simply there for us to enjoy and then let go?

Vivi, January 20th 2022

Juguetes favoritos

La mayoría de mis juguetes favoritos, ya que escoger uno sería un disgusto para los demás, están rodeados de una historia. A veces el juguete es el centro de la historia, a veces un accesorio. Pero, en cualquier caso, brilla ahí dentro como un misterioso símbolo de belleza y sabiduría.

Cuando no hay una historia concreta, la imagen del juguete flota libremente en el mar mental de mi infancia. Por ejemplo, se me ocurren tres de los juguetes que más me gustaron entre los diez y los doce años, y que simplemente me proporcionaban interminables horas de diversión estimulante, aunque ahora no sabría hacerlos funcionar ni aunque me fuera la vida en ello: el Hulla hoop, el cubo de Rubik y un juego de mesa llamado Mastermind —miento: hay una pequeña historia relacionada con uno de mis muchos Hulla hoops baratos, pero es un poco truculenta y la dejaré, quizá, para otra ocasión. Baste decir que la historia tuvo un final feliz para todos los implicados.

Otros ejemplos de juguetes que nadan en un mar de felicidad sin obstáculos son: el muñeco Pepín, el coche de pedales, el televisor del tamaño de una caja de zapatos (no era un juguete y pertenecía a toda la familia), la muñeca Nancy negra, la pelota de plástico multiusos… Esta última sí que suscita un par de anécdotas, pero sólo conmovedoras para quienes se interesen por los precursores ochenteros de los actuales juegos de reto, o por los ejercicios teatrales tipo Actor’s Studio diseñados por niños, o por las peculiaridades de los perros bóxer, o por todo lo anterior, así que lo dejaré en el cajón haciendo compañía al hulla hoop asesino.

Los juguetes con verdaderas historias son: 

– El oso de peluche que me regalaron el día que nací, que podía gruñir pero que perdió la voz después de pasar todo un invierno subido a un naranjo y que ahora vive con el gato de peluche tuerto que le regalé a mi madre en su antepenúltimo cumpleaños (tenía dos ojos cuando lo compré. No recuerdo cómo fue que perdió uno, pero mi oso de peluche no tuvo nada que ver; fueron buenos amigos desde el principio).

– El primer libro ilustrado, que viajó conmigo en mi primer vuelo en avión cuando tenía tres años y que al parecer desapareció misteriosamente en el aire. Sólo sé que lo tenía porque recuerdo haber mirado sus maravillosas ilustraciones durante ese vuelo, y sólo recuerdo el vuelo porque recuerdo haber mirado el libro mientras iba en un avión, y sólo podía ser ese avión en el que volaba a España desde Alemania en 1968.

– El cochecito de bebé de juguete, abandonado a la fuerza después de haber jugado con él sólo unos días (al menos en mi mente) porque teníamos que salir del país y debían cabernos todas nuestras pertenencias en un coche (un Citröen 2CV, creo, aunque podría haber sido un modelo posterior más grande).

– La casa hecha por mamá con una caja de cartón de galletas cuando yo estaba en cama con una de las enfermedades de la infancia y que fue destruida por una hidra que se apoderó de mi madre durante unos momentos mientras yo no hacía los deberes.

– La primera bicicleta, blanca, pequeña y bonita, que me compró mi abuelo para consternación de mi madre y mi tía, que contaban con su pensión para comprar lo más necesario. (Esta bicicleta se menciona en otra historia llamada Gracia, o Grace).

– La segunda bicicleta, una BH roja que me regaló mi madre después de haber sacado todo sobresaliente en 4º de primaria, que me robaron pero que luego recuperé cuando paseaba por el camino junto a los campos de almendros. Unos niños y la mujer con la cara quemada, que había visto muchas veces en el barrio pero con la que nunca había hablado, iban por el mismo camino en dirección contraria. La mujer quemada llevaba mi bicicleta por el manillar. Me la dio de buena gana cuando empecé a gritar que era mía. Me aseguró que no lo sabía. 

– La tercera bicicleta, otra bicicross. También me la robaron y también la encontré, esta vez gracias a mi proactiva labor detectivesca, de la que recuerdo estar muy orgullosa en aquel momento. No tan orgullosa de haber hecho llorar a una niña gitana porque estaba muy asustada por la posible reacción de sus padres al ser descubierto su hermano mayor por robar una bicicleta. Le aseguré que no iba a decírselo a la policía.

Recuerdo estar desnuda en la playa. Mi madre quería que mi hermano y yo estuviéramos desnudos en la playa; después de todo, era Ibiza en los años 70. Los otros niños no estaban desnudos, no en esa playa, pero después de los pocos minutos iniciales, no me importó mucho. Me sentía igualmente desnuda y vestida a la vez todo el tiempo, tuviera o no ropa puesta. Sentía como si mi piel fuera gruesa y de un azul intenso, como la de aquel dios indio. 

Me tumbaba en la cálida arena y observaba a los escarabajos peloteros hacer su trabajo junto a las dunas durante horas. ¡Oh, su olor y su perfecta belleza! Todos esos juguetes que he mencionado son tesoros en el libro de imágenes de mi vida. ¿Y qué hay de los tesoros que no se pueden robar, perder, estropear o dejar atrás porque no eran tuyos para conservarlos, simplemente estaban ahí para que los disfrutaras y luego los dejaras ir? ¿Y no son todos los juguetes meras posesiones aparentes, simplemente para que los disfrutemos y luego los dejemos ir?

Vivi, 20 enero 2022

©Viviana Guinarte

What is a road trip you would love to take? —¿Qué “viaje por carretera” te gustaría hacer?

I’m not one to dwell in the past. I don’t even think of it much. I like to live in the present. I read that it’s what you’re supposed to do: live in the present. All spiritual leaders say: be present. 

Usually, the past catches up with me at unsuspected moments. It sort of takes me by storm and then leaves, like gusts of wind that come and go. Often the content of these sudden memories surprises me, too. I’m surprised at how many things I’ve done, how many things I’ve lived, and felt, how many people I’ve met, and unmet.

Perhaps thinking of the past, of one’s past, it’s not necessarily a bad thing. It would depend on how you think about that past. With what purpose. If you think about it as if it is something that it’s set in stone, you’re in trouble. It’s not.

When I think of my past, I’m, as I said, surprised. Surprised at how every time I look at it, it looks slightly different. The same situations, the same people, even the feelings I thought I felt, often shift, ever so little, giving me the impression that the past is not past at all, and certainly not dead, but very much alive. The first time I sensed this, I became aware of the fact that by not thinking of my past I wasn’t revising my notion of it. And in not doing this, my present was being affected by my past by not being aware of it and of its shifting nature. My present was stuck in my past as I had decided it was a long time ago.

When I was a small child of about 8, I wanted to travel to the land of Korda’s The Thief of Bagdad, which wasn’t there anymore. When I was around 12, I wanted to go to the land of the tv series The Water Margin; that land was China during the Sung Dynasty. Also gone, of course. 

I would like to take the most dangerous, hazardous and magical of all road trips: that to my past. The whole road, from now to the very beginning.

Vivi, January 17th 2022

©Viviana Guinarte

¿Qué “viaje por carretera” te gustaría hacer?

No soy de las que viven en el pasado. Ni siquiera pienso mucho en él. Me gusta vivir el presente. He leído que es lo que hay que hacer: vivir en el presente. Todos los líderes espirituales dicen: estar presente. 

Normalmente, el pasado me alcanza en momentos insospechados. Me toma por sorpresa y luego se va, como ráfagas de viento que vienen y van. A menudo, el contenido de estos recuerdos repentinos también me sorprende. Me sorprende la cantidad de cosas que he hecho, la cantidad de cosas que he vivido y sentido, la cantidad de personas que he conocido y no he conocido.

Quizá pensar en el pasado, en el propio pasado, no sea necesariamente algo malo. Dependería de cómo se piense en ese pasado. Con qué propósito. Si pensamos en él como si fuera algo que está grabado en piedra, tenemos problemas. No lo está.

Cuando pienso en mi pasado, como dije, me sorprendo. Me sorprende que cada vez que lo miro, parece ligeramente diferente. Las mismas situaciones, las mismas personas, incluso los sentimientos que creía sentir, cambian a menudo, aunque sea un poco, dándome la impresión de que el pasado no es pasado en absoluto, y ciertamente no está muerto, sino muy vivo. La primera vez que percibí esto, me di cuenta de que al no pensar en mi pasado no estaba revisando mi noción del mismo. Y al no hacerlo, mi presente estaba siendo afectado por mi pasado al no ser consciente de él y de su naturaleza cambiante. Mi presente estaba atascado en mi pasado tal y como yo había decidido que fuera hace mucho tiempo.

Cuando era un niño pequeño de unos 8 años, quería viajar a la tierra de El ladrón de Bagdad de Korda, que ya no estaba allí. Cuando tenía unos 12 años, quería ir a la tierra de la serie de televisión La Frontera Azul; esa tierra era China durante la dinastía Sung. También desapareció, por supuesto. 

Me gustaría hacer el más peligroso, arriesgado y mágico de los viajes por carretera: el de mi pasado. Todo el camino, desde ahora hasta el principio.

Vivi, 17 enero 2022

©Viviana Guinarte

Juguete favorito

He sido afortunada con eso de los juguetes. He disfrutado de muchos, de los míos y de los de mis hermanos. No sé muy bien si he tenido juegos favoritos o momentos favoritos en los que jugaba con un montón de cosas que no necesariamente eran juguetes.

Mis juguetes favoritos… creo que fueron aquellos con los que pasaba horas y horas las mañanas de los sábados y domingos de mi infancia. Pero no consigo decidirme por uno solo, ¡imposible! Hay mil, entre ellos una muñeca especial que sale en alguna de mis fotos antiguas, mi primer peluche que aún conservo con todas sus calvas, el cine de juguete que fue todo un descubrimiento, el juego de construcciones de mi hermano.  

¿Puedo incluir las pinturas en esa lista? Nos pasábamos las horas cantando y oyendo cuentos con el tocadiscos, mientras manchábamos y manchábamos hojas de papel y, eventualmente, la sufrida moqueta azul gris que fue testigo de toda mi infancia ya estuviéramos sentados, tumbados, apoyados de lado. Mis recuerdos también giran alrededor de dos viejos puffs de fibra trenzada y piel de vaca en la parte de arriba. Los utilizábamos para rodar sobre ellos pero nunca fueron un verdadero asiento. 

El momento más temido y pesado: recogerlo todo en un gran cajón forrado de aironfix de “terciopelo” verde y adornado con remaches de metal. Un poco antes de eso, y vacío el cajón, también nos metíamos dentro en innumerables ocasiones convirtiéndolo en un barco, no sé si pirata o no. Dentro de casa esos fueron nuestros “trastos.” 

Cuando hacía bueno salíamos al Retiro cargados de bicis, triciclos, patines, cubos y palas pero sobre todo ropa para rebozarnos bien en la tierra. Empocilgados, que decía mi padre, y que nosotros siempre entendimos como hasta arriba de porquería. El mejor regalo de un niño: disfrutar sin tener que preocuparte de las manchas, la ropa y los zapatos. Venir como si lo hicieras de la guerra pero con una sonrisa de oreja a oreja. Insuperable. 

No puedo reducir mi lista a un solo juguete, han sido tantos que es muy difícil hasta hacer una pequeña selección, pero creo que los juguetes en nuestra casa han sido muy disfrutados, muy compartidos y también sacados de su uso habitual en numerosas ocasiones. Hemos exprimido todos y cada uno de los que llegaron a casa fueran para nosotros o para otro de los hermanos. Reciclados, heredados, intercambiados, casi todos muy especiales por eso me resisto a decir uno. Me quedo con los momentos vividos, con esos recuerdos y, como niño glotón, con todos los juguetes que poblaron mi infancia.

Petu, 8 enero 2022

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