La última vez que te saliste de tu zona de confort — The last time you came out of your comfort zone

Soy una persona muy comodona, me gusta decir que soy bastante adaptable para evitar el movimiento, la ruptura, el cambio y a veces no es bueno. No sé si esto con la edad se atrofia y el elástico se rompe obligándote a no transigir más porque, si no, ceder acabará por pasarte factura y tomas definitivamente las riendas de tu vida; o por el contrario, al atrofiarse del todo, te obligas a continuar por el mismo sitio, a ir con cuidado y a seguir por el camino trillado aprovechando la inercia de nuevo para llegar donde siempre.

Insistir también insisto poco, incluso en circunstancias en que no debería aflojar me doy por vencida y lo dejo para mejor ocasión. Sí, soy una campeona del posponer y encima me irritan sobremanera los efectos que trae actuar así; como si la culpa fuera de los demás. He sufrido las consecuencias de la pasividad varias veces y supongo que las seguiré padeciendo. Arreglar un error mucho más tarde de lo que sería de desear es un derroche de energías y un atraso pudiendo haberlo hecho cuanto antes si no te hubiera faltado el coraje necesario. Y cuando digo error también me refiero a tomar la decisión menos valiente. No tengo perdón. Cada uno tiene su zona de confianza, la mía tiene que ser amplia y gira entorno a seguir en la rueda por tiempo inmemorial, dando vueltas hasta el mareo, adorando lo conocido, confeccionando ese surco del que no quieres salirte y haciéndolo más y más profundo porque otras veces te dio resultado. Generalmente caigo en la cuenta de que vuelvo a las andadas muy tarde. 

Todo lo anterior me ha hecho pensar en cambiar, no hace tanto de esto; en ponerme un poco en peligro, en arriesgarme pero solo lo consigo de forma muy medida, después de estudiarlo mucho. Me resulta muy difícil, me opongo a ello con todo mi ser. Me revuelvo contra mí misma pero hoy por hoy puedo decir que estoy pasando “peligrosamente” por encima de mis límites y hago exactamente lo contrario que llevo haciendo toda la vida: me estoy exponiendo con mucho miedo, me pongo a prueba sopesando todos los pros y los contras, desobedezco aplicando mucho sentido común, me revelo… poco. 

Recuperar cierta autonomía, decir lo que creo y quejarme de alguna que otra injusticia es toda una liberación y también un costoso aprendizaje. Me siento otra, me desconozco pero me gusto más que obediente y sumisa. Al menos no me enfado tanto. Quiero coger carrerilla y hacerlo sin tanto aspaviento, abiertamente. Quiero no posponer, nada de aplazar, y seguir la vocecita interior que de repetírmela mi hermana se me ha quedado grabada y no dejo de reír mientras la repito yo misma ahora cuando caigo en la cuenta de que vuelvo a las andadas: Petu, mueve el c.

Petu, 20 enero 2022

Alguien que te inspira – Someone Who Inspires You

Lo más inspirador para mí es siempre lo que más me sorprende de las personas que me rodean. A veces hasta del desconocido aquel que solo tiene conmigo un breve intercambio de palabras, un leve gesto o una muestra de apoyo sin conocerme. Me inspira lo inesperado, lo creativo y lo que hoy está de más con quien no es de tu familia, de tu círculo; el detalle afectuoso, el acercamiento educado, la amabilidad como derroche, como fiesta. 

Nos cuesta mucho expresarnos y, mucho más que eso, nos es muy difícil intercambiar cumplidos o ser amables en nuestras relaciones sociales.Tengo innumerables ejemplos de familiares, amigos y también conocidos de los que siempre recojo carros de enseñanzas; modelos para cualquiera que esté dispuesto a aprender de los grandes aciertos, simplemente observando su saber estar, su forma de conducirse e incluso sus elecciones vitales. 

Si tu opción personal es indagar acerca de todo, analizar para mejorar, hay multitud de ejemplos sobrevolando, millones de preguntas por hacerse. En las respuestas encuentro caminos diferentes, divertidos pero también muy valientes y comprometidos. Me emocionan por igual gente de a pie y gente “grande”, personas sencillas y grandes eruditos. Todos ellos tienen un marco que hace de sus vidas un proyecto noble y bello. No prefiero a unos por encima de los otros. Hay honrosos modelos de ambos grupos que me entusiasman y a los que agradezco innumerables enseñanzas. 

Pero cuando literalmente te chocas con violencia con uno de tus mayores referentes, un hombre sabio, honesto y muy muy culto miras a lo más alto para agradecer ese regalo que no esperas. En ese momento no te preguntas ¿por qué a mí? ¿por qué yo? Simplemente te alegras de estar en tu piel, de estar ahí y de haber sido tú la que ha recibido el impacto de ese personaje al que admiras profundamente. Un ser humano cuya altura en centímetros no desmerece su sabiduría en multitud de campos y tampoco su humana delicadeza en el trato, como me consta desde aquella sorprendente e involuntaria embestida.

Medio recuperados de la conmoción pero aún aturdidos, ese singular encuentro resultó  después un poco más desconcertante pues ambos, y al mismo tiempo, intentamos disculparnos, quitándonos la palabra e interrumpiéndonos continuamente para poder expresar lo que sentíamos ambos ir cada uno en su mundo, haber sido tan descuidados y provocar esa colisión con otro transeúnte que no tenía ninguna culpa. 

Miré muy muy arriba y vi su cara cargada de preocupación, su angustia era real al preguntarme si estaba bien, si me había hecho daño. Yo no le pregunté lo mismo porque mi estatura difería mucho de la suya y probablemente había notado la mitad de la embestida que yo. Después de asegurarse de no tener que lamentar contusiones ni heridas vinieron las risas, cuando nos dimos cuenta de que ambos habíamos salido bruscamente de nuestros propios pensamientos, que no íbamos mirando donde caminábamos porque, seguramente, las cavilaciones en las que estábamos sumidos iban en primer lugar de importancia dentro de nuestra lista de prioridades.

Nos deseamos buen día y seguimos nuestro paseo no sé si ahora más concentrados, para no repetir esa curiosa habilidad con otro peatón incauto, o igual de ensimismados que antes. Encantada con la experiencia, y sabiendo que no todos los encuentros son tan especiales como aquel, pasé la mayor parte de ese día, y muchos otros después, con una sonrisa tonta dibujada en la cara cuando recordaba de nuevo el suceso y decía en voz baja ¡qué suerte la mía!

El marco en el que tuvo lugar ese encuentro fue El Retiro, en el conocido Paseo de Coches, el motivo que nos condujo allí fue la Feria del Libro, y aquel entrañable hombre que ya admiraba antes de “tropezarme” con él, pero que después siempre vendrá a mi memoria acompañado de un gran gesto de felicidad era, el también grande en todos los sentidos, José Luis Sampedro. 

Petu, 10 enero 2022