Superpoderes que te gustaría tener – Superpowers you would like to have

No deberíamos alejarnos demasiado de esa sensación de que todo nos sale bien, de que todo va por buen camino, ese que te va a facilitar las cosas e impedir que des vueltas en círculos. Me gustaría tener ese poder que para mí es súper. A veces, incluso haciendo buenas preguntas y buscando su contestación divagas. No digo nada si las preguntas y respuestas no son las adecuadas. Eso es meterse de lleno en un jardín. Enfrentarse a una situación que puede representar un problema para ti y tener esa naturaleza especial para resolverlo, eso es un superpoder y también lo es tener la facultad de corregir equívocos, enderezar malentendidos con personas y con situaciones escabrosas en general. Ante lo ambiguo, sospechoso o dudoso de un fenómeno, poder seguir unas claves que te permitan dar una solución óptima es un don.

Cuando éramos pequeños en nuestras fantasías incluíamos facultades extraordinarias porque quizá pensábamos que las otras ya las teníamos incorporadas de serie. Preferíamos aquellas que nos otorgaban poderes más llamativos, como volar, ser invisibles o tener una fuerza titánica para desembarazarnos de aquel niño abusón o de las injusticias que cometían contra nosotros los “malotes” del patio del colegio ¿Quién no los ha buscado como deseos incluso en la época de la adolescencia? 

Nunca me ha interesado demasiado conocer los pensamientos de los demás. Bastante tengo ya con ordenar los míos y si no puedo refrenarme lo pregunto directamente. Me ayuda más conocer las intenciones ajenas cuando, a todas luces y con los datos que tengo, vienen a por mí con la clara intención de hacer daño. Las reflexiones de la mayoría son como las nuestras, incontrolables, sin freno y regodeándose continuamente en dar palos de ciego ¿Para qué querríamos meternos en otra mente que no sea la nuestra? Solo pensar en eso las palabras que acuden a mí son: ¡menudo suplicio! 

A veces tendría suficiente con dar a la flechita de deshacer, ir a la situación anterior antes de haber provocado el desastre y estar en situación de corregir esa metedura de pata. Es más reparadora para mí que la de la dirección. Aunque nunca suelo saber hacia donde me dirijo, puedo perfectamente prescindir de esta orden y hacerme con la de rectificar y poner remedio a alguna calamidad de las que bordo. Es una gran flecha, un gran mandato, es la tirita de todas las heridas, sean sangrantes o no. De existir también para la vida real, la flecha del deshacer a mí me sacaría de errores garrafales enormes, algunos inconscientes aún después de realizados, otros conscientes cuando ya los has hecho, pero ninguno a sabiendas. 

Para resumir, aquello que me gustaría poseer de forma mágica pondría lo siguiente:

–Estirar y encoger el tiempo sería fantástico, tendría en mis manos el control de los buenos y malos momentos a solo un toque de varita mágica y dispondría de ellos a gusto.

–Tener el don de la infalibilidad, para evitar fallar más que una escopeta de feria, o unas gafas para dar en el clavo (¿o sería un martillo?), acertar la diana y hacer realidad los deseos.

–Dar buenos consejos y usar de manera acertada cualquier circunstancia y colocarla a mi favor.

Tampoco pido mucho, casi nada ¿no? Nimiedades. Si me lo conceden prometo utilizarlo solo en ciertas ocasiones, y únicamente para causas beneficiosas.

Petu, 30 enero 2022

La última vez que te saliste de tu zona de confort — The last time you came out of your comfort zone

Soy una persona muy comodona, me gusta decir que soy bastante adaptable para evitar el movimiento, la ruptura, el cambio y a veces no es bueno. No sé si esto con la edad se atrofia y el elástico se rompe obligándote a no transigir más porque, si no, ceder acabará por pasarte factura y tomas definitivamente las riendas de tu vida; o por el contrario, al atrofiarse del todo, te obligas a continuar por el mismo sitio, a ir con cuidado y a seguir por el camino trillado aprovechando la inercia de nuevo para llegar donde siempre.

Insistir también insisto poco, incluso en circunstancias en que no debería aflojar me doy por vencida y lo dejo para mejor ocasión. Sí, soy una campeona del posponer y encima me irritan sobremanera los efectos que trae actuar así; como si la culpa fuera de los demás. He sufrido las consecuencias de la pasividad varias veces y supongo que las seguiré padeciendo. Arreglar un error mucho más tarde de lo que sería de desear es un derroche de energías y un atraso pudiendo haberlo hecho cuanto antes si no te hubiera faltado el coraje necesario. Y cuando digo error también me refiero a tomar la decisión menos valiente. No tengo perdón. Cada uno tiene su zona de confianza, la mía tiene que ser amplia y gira entorno a seguir en la rueda por tiempo inmemorial, dando vueltas hasta el mareo, adorando lo conocido, confeccionando ese surco del que no quieres salirte y haciéndolo más y más profundo porque otras veces te dio resultado. Generalmente caigo en la cuenta de que vuelvo a las andadas muy tarde. 

Todo lo anterior me ha hecho pensar en cambiar, no hace tanto de esto; en ponerme un poco en peligro, en arriesgarme pero solo lo consigo de forma muy medida, después de estudiarlo mucho. Me resulta muy difícil, me opongo a ello con todo mi ser. Me revuelvo contra mí misma pero hoy por hoy puedo decir que estoy pasando “peligrosamente” por encima de mis límites y hago exactamente lo contrario que llevo haciendo toda la vida: me estoy exponiendo con mucho miedo, me pongo a prueba sopesando todos los pros y los contras, desobedezco aplicando mucho sentido común, me revelo… poco. 

Recuperar cierta autonomía, decir lo que creo y quejarme de alguna que otra injusticia es toda una liberación y también un costoso aprendizaje. Me siento otra, me desconozco pero me gusto más que obediente y sumisa. Al menos no me enfado tanto. Quiero coger carrerilla y hacerlo sin tanto aspaviento, abiertamente. Quiero no posponer, nada de aplazar, y seguir la vocecita interior que de repetírmela mi hermana se me ha quedado grabada y no dejo de reír mientras la repito yo misma ahora cuando caigo en la cuenta de que vuelvo a las andadas: Petu, mueve el c.

Petu, 20 enero 2022

Favourite Toys — Juguetes Favoritos

Most of my favourite toys are surrounded by a story. Sometimes the toy is the centre of the story, sometimes an accessory. But, in any case, it shines in there like a mysterious symbol of beauty and wisdom.

When there’s no particular story attached, the image of the toy floats freely around in the mental sea of my childhood. For example, I can think of three of my most enjoyed toys from around the time I was ten to twelve, which simply provided endless hours of stimulating fun, although now I wouldn’t know how to make them work if my life depended on it: the Hulla hoop, the Rubik’s cube and a board game called Mastermind —I lie: there is a little story involving one of my many cheap hulla hoops but it’s a bit gruesome and I’ll leave it, perhaps for some other time. Suffices to say that the story had a happy ending for all concerned.

Other examples of toys swimming in a sea of unencumbered happiness are: baby doll Pepin, the pedal car, the shoebox-sized tv set (it wasn’t a toy and it belonged to the whole family), the black Nancy doll, the multi-purpose plastic ball… This last one does elicit a couple of anecdotes but only poignant to those interested in 1980’s precursors to today’s challenge games, or Actor’s Studio’s-type drama exercises designed by children, or the peculiarities of boxer dogs, or all of the above, so I will leave it in the drawer keeping company to the killer hulla hoop.

The toys with the real stories are: 

— The teddy bear I got the day I was born, who could growl but lost its voice after spending a whole winter up an orange tree and now lives with the plush one-eyed cat I gave my mom on her third to last birthday (it had two eyes when I bought it. I don’t remember how it happened to lose one but my teddy had nothing to do with it; they were good friends from the get-go.)

— The first picture book, which flew with me on my first air flight when I was three and seemed to mysteriously disappear in mid-air. I only know I had it because I remember looking at its wondrous illustrations during that flight, and I only remember the flight because I remember looking at the book while I was on a plane, and it could only be that plane flying to Spain from Germany on 1968.

— The toy pram forcibly left behind after having played with it only for a few days (at least in my mind) because we had to leave the country and had to fit all our possessions in a car (a Citröen 2CV, I think, although it could’ve been a later, bigger model).

— The house made by mum out of a biscuit cardboard box when I was in bed with one of the childhood illnesses and which was destroyed by a hydra that took possession of mum for a few moments while I was not doing my homework.

— The first bike, white, small and pretty, which my grandpa bought for me to the dismay of my mother and aunt, who were counting on his pension to buy bare necessities.

— The second bike, a red BH my mum got me after an all straight A’s 4th grade, which got stolen but then retrieved when I was walking along the path by the almond tree fields. Some children and the woman with the burned-out face who I had seen many times in the neighbourhood but who I had never talked to were walking along the same path in the opposite direction. The burned woman was carrying my bike by the handlebar. She readily gave it to me when I started screaming it was mine. She assured me she didn’t know. 

— The third bike, another BMX. It also got stolen and it also got found, this time by my proactive detective work, of which I remember being very proud of at the time. Not so proud of making a little gitana girl cry because she was so frightened of her parents reaction at her older brother being found out for stealing a bike. I assured her I wasn’t going to tell the police.

I remember being naked on the beach. My mum wanted my brother and I to be naked on the beach —after all, it was Ibiza in the 70’s. The other children weren’t naked, not on that beach, but after the few initial minutes, I didn’t mind that much. I felt equally naked and equally dressed all the time, whether I had clothes on or not. I felt as if my skin was thick and deep blue, like the one of that Indian god’s. 

I would lie on the warm sand and observed the dung beetles do their work by the dunes for hours. Oh, their scent and their perfect beauty! All those toys I mentioned are treasures in the picture book of my life. What of the treasures that cannot be stolen, lost, spoiled or left behind because they weren’t yours to keep, simply there for you to enjoy and then let go? And aren’t all toys merely apparent possessions, simply there for us to enjoy and then let go?

Vivi, January 20th 2022

Juguetes favoritos

La mayoría de mis juguetes favoritos, ya que escoger uno sería un disgusto para los demás, están rodeados de una historia. A veces el juguete es el centro de la historia, a veces un accesorio. Pero, en cualquier caso, brilla ahí dentro como un misterioso símbolo de belleza y sabiduría.

Cuando no hay una historia concreta, la imagen del juguete flota libremente en el mar mental de mi infancia. Por ejemplo, se me ocurren tres de los juguetes que más me gustaron entre los diez y los doce años, y que simplemente me proporcionaban interminables horas de diversión estimulante, aunque ahora no sabría hacerlos funcionar ni aunque me fuera la vida en ello: el Hulla hoop, el cubo de Rubik y un juego de mesa llamado Mastermind —miento: hay una pequeña historia relacionada con uno de mis muchos Hulla hoops baratos, pero es un poco truculenta y la dejaré, quizá, para otra ocasión. Baste decir que la historia tuvo un final feliz para todos los implicados.

Otros ejemplos de juguetes que nadan en un mar de felicidad sin obstáculos son: el muñeco Pepín, el coche de pedales, el televisor del tamaño de una caja de zapatos (no era un juguete y pertenecía a toda la familia), la muñeca Nancy negra, la pelota de plástico multiusos… Esta última sí que suscita un par de anécdotas, pero sólo conmovedoras para quienes se interesen por los precursores ochenteros de los actuales juegos de reto, o por los ejercicios teatrales tipo Actor’s Studio diseñados por niños, o por las peculiaridades de los perros bóxer, o por todo lo anterior, así que lo dejaré en el cajón haciendo compañía al hulla hoop asesino.

Los juguetes con verdaderas historias son: 

– El oso de peluche que me regalaron el día que nací, que podía gruñir pero que perdió la voz después de pasar todo un invierno subido a un naranjo y que ahora vive con el gato de peluche tuerto que le regalé a mi madre en su antepenúltimo cumpleaños (tenía dos ojos cuando lo compré. No recuerdo cómo fue que perdió uno, pero mi oso de peluche no tuvo nada que ver; fueron buenos amigos desde el principio).

– El primer libro ilustrado, que viajó conmigo en mi primer vuelo en avión cuando tenía tres años y que al parecer desapareció misteriosamente en el aire. Sólo sé que lo tenía porque recuerdo haber mirado sus maravillosas ilustraciones durante ese vuelo, y sólo recuerdo el vuelo porque recuerdo haber mirado el libro mientras iba en un avión, y sólo podía ser ese avión en el que volaba a España desde Alemania en 1968.

– El cochecito de bebé de juguete, abandonado a la fuerza después de haber jugado con él sólo unos días (al menos en mi mente) porque teníamos que salir del país y debían cabernos todas nuestras pertenencias en un coche (un Citröen 2CV, creo, aunque podría haber sido un modelo posterior más grande).

– La casa hecha por mamá con una caja de cartón de galletas cuando yo estaba en cama con una de las enfermedades de la infancia y que fue destruida por una hidra que se apoderó de mi madre durante unos momentos mientras yo no hacía los deberes.

– La primera bicicleta, blanca, pequeña y bonita, que me compró mi abuelo para consternación de mi madre y mi tía, que contaban con su pensión para comprar lo más necesario. (Esta bicicleta se menciona en otra historia llamada Gracia, o Grace).

– La segunda bicicleta, una BH roja que me regaló mi madre después de haber sacado todo sobresaliente en 4º de primaria, que me robaron pero que luego recuperé cuando paseaba por el camino junto a los campos de almendros. Unos niños y la mujer con la cara quemada, que había visto muchas veces en el barrio pero con la que nunca había hablado, iban por el mismo camino en dirección contraria. La mujer quemada llevaba mi bicicleta por el manillar. Me la dio de buena gana cuando empecé a gritar que era mía. Me aseguró que no lo sabía. 

– La tercera bicicleta, otra bicicross. También me la robaron y también la encontré, esta vez gracias a mi proactiva labor detectivesca, de la que recuerdo estar muy orgullosa en aquel momento. No tan orgullosa de haber hecho llorar a una niña gitana porque estaba muy asustada por la posible reacción de sus padres al ser descubierto su hermano mayor por robar una bicicleta. Le aseguré que no iba a decírselo a la policía.

Recuerdo estar desnuda en la playa. Mi madre quería que mi hermano y yo estuviéramos desnudos en la playa; después de todo, era Ibiza en los años 70. Los otros niños no estaban desnudos, no en esa playa, pero después de los pocos minutos iniciales, no me importó mucho. Me sentía igualmente desnuda y vestida a la vez todo el tiempo, tuviera o no ropa puesta. Sentía como si mi piel fuera gruesa y de un azul intenso, como la de aquel dios indio. 

Me tumbaba en la cálida arena y observaba a los escarabajos peloteros hacer su trabajo junto a las dunas durante horas. ¡Oh, su olor y su perfecta belleza! Todos esos juguetes que he mencionado son tesoros en el libro de imágenes de mi vida. ¿Y qué hay de los tesoros que no se pueden robar, perder, estropear o dejar atrás porque no eran tuyos para conservarlos, simplemente estaban ahí para que los disfrutaras y luego los dejaras ir? ¿Y no son todos los juguetes meras posesiones aparentes, simplemente para que los disfrutemos y luego los dejemos ir?

Vivi, 20 enero 2022

©Viviana Guinarte

What is a road trip you would love to take? —¿Qué “viaje por carretera” te gustaría hacer?

I’m not one to dwell in the past. I don’t even think of it much. I like to live in the present. I read that it’s what you’re supposed to do: live in the present. All spiritual leaders say: be present. 

Usually, the past catches up with me at unsuspected moments. It sort of takes me by storm and then leaves, like gusts of wind that come and go. Often the content of these sudden memories surprises me, too. I’m surprised at how many things I’ve done, how many things I’ve lived, and felt, how many people I’ve met, and unmet.

Perhaps thinking of the past, of one’s past, it’s not necessarily a bad thing. It would depend on how you think about that past. With what purpose. If you think about it as if it is something that it’s set in stone, you’re in trouble. It’s not.

When I think of my past, I’m, as I said, surprised. Surprised at how every time I look at it, it looks slightly different. The same situations, the same people, even the feelings I thought I felt, often shift, ever so little, giving me the impression that the past is not past at all, and certainly not dead, but very much alive. The first time I sensed this, I became aware of the fact that by not thinking of my past I wasn’t revising my notion of it. And in not doing this, my present was being affected by my past by not being aware of it and of its shifting nature. My present was stuck in my past as I had decided it was a long time ago.

When I was a small child of about 8, I wanted to travel to the land of Korda’s The Thief of Bagdad, which wasn’t there anymore. When I was around 12, I wanted to go to the land of the tv series The Water Margin; that land was China during the Sung Dynasty. Also gone, of course. 

I would like to take the most dangerous, hazardous and magical of all road trips: that to my past. The whole road, from now to the very beginning.

Vivi, January 17th 2022

©Viviana Guinarte

¿Qué “viaje por carretera” te gustaría hacer?

No soy de las que viven en el pasado. Ni siquiera pienso mucho en él. Me gusta vivir el presente. He leído que es lo que hay que hacer: vivir en el presente. Todos los líderes espirituales dicen: estar presente. 

Normalmente, el pasado me alcanza en momentos insospechados. Me toma por sorpresa y luego se va, como ráfagas de viento que vienen y van. A menudo, el contenido de estos recuerdos repentinos también me sorprende. Me sorprende la cantidad de cosas que he hecho, la cantidad de cosas que he vivido y sentido, la cantidad de personas que he conocido y no he conocido.

Quizá pensar en el pasado, en el propio pasado, no sea necesariamente algo malo. Dependería de cómo se piense en ese pasado. Con qué propósito. Si pensamos en él como si fuera algo que está grabado en piedra, tenemos problemas. No lo está.

Cuando pienso en mi pasado, como dije, me sorprendo. Me sorprende que cada vez que lo miro, parece ligeramente diferente. Las mismas situaciones, las mismas personas, incluso los sentimientos que creía sentir, cambian a menudo, aunque sea un poco, dándome la impresión de que el pasado no es pasado en absoluto, y ciertamente no está muerto, sino muy vivo. La primera vez que percibí esto, me di cuenta de que al no pensar en mi pasado no estaba revisando mi noción del mismo. Y al no hacerlo, mi presente estaba siendo afectado por mi pasado al no ser consciente de él y de su naturaleza cambiante. Mi presente estaba atascado en mi pasado tal y como yo había decidido que fuera hace mucho tiempo.

Cuando era un niño pequeño de unos 8 años, quería viajar a la tierra de El ladrón de Bagdad de Korda, que ya no estaba allí. Cuando tenía unos 12 años, quería ir a la tierra de la serie de televisión La Frontera Azul; esa tierra era China durante la dinastía Sung. También desapareció, por supuesto. 

Me gustaría hacer el más peligroso, arriesgado y mágico de los viajes por carretera: el de mi pasado. Todo el camino, desde ahora hasta el principio.

Vivi, 17 enero 2022

©Viviana Guinarte

Qué te hace reír — What makes you laugh

Como a todos, cuando estoy de buen humor me hace reír cualquier cosa; nada o casi nada escapa a mi predisposición a echar una gran carcajada. El ingenio, la chispa y la suave ironía me pueden. Mi intención es aproximarme a todo eso a propósito para disfrutarlo, y también lo busco siempre en los demás. La gansada me atrae como un imán al hierro.

Pero ya si oigo la risa cristalina de un niño jugando, disfrutando y contagiándosela a otros, se convierte en el no va más. Pasar por un jardín de infancia, un cole o cualquier parque y sentirte atrapado por esas risas es como escuchar el gorjeo de los pájaros. Te detengas o no, si las has sentido, se quedan unidas a ti un buen rato. Otro sonido que me provoca una sonrisa porque suena a eso, a reírse, es el sonido del agua cuando baja por un riachuelo.  De todo lo que se te puede pegar, esto es de las cosas más agradables con las que puedes encontrarte. El ”regustillo” puede quedarse mucho tiempo y es del rico.

También disfruto cuando se producen coincidencias en la conversación y dos personas repiten al mismo tiempo una frase o cuando estás hablando con alguien y está reproduciendo literalmente tus pensamientos, eso me parece el sumun de la casualidad; si hablas de alguien y te lo encuentras o te llama, o incluso en el mismo día te cuentan algo sobre él, ¿no es lo máximo?

Los chistes tontos, los juegos de palabras y el equívoco son también mi debilidad y por lo mismo me gusta mucho conocer a personas que tienen un agudo sentido del humor. La ocurrencia, la gracia, sacarle punta a todo pero sin despellejar a nadie con ello; la burla por la burla en una situación, sin ir en contra de una persona, porque no se trata de echar leña al fuego. 

La mejor carcajada del mundo la de mi sobrina siendo bebé, por su contundencia y por lo inesperada, en una habitación fuera del alcance de los mayores que estábamos de sobremesa. Una de mis debilidades era jugar con todos, hacerles cucamonas, gestos para provocar sus risas. La que incité en ese momento fue tan inusual que toda la familia acudió corriendo, pensando con horror en qué estaba haciendo para que sonara así en un bebé tan pequeño. Después fui capaz de reproducir ese momento así que, lo que provocó la felicidad de mi sobrina esa vez, no sé si era el ruido de un papel de regalo al estrujarlo o mecerla y a la voz de: un, dos, tres, echarla sobre la cama para que saltara varias veces con el impulso. Ese crujido o quizá el rebote, no puedo asegurarlo, fue lo que encendió su carcajada, que de un soplo provocó la mía, así como la preocupación de todos los demás que, muy alterados, entraron en la habitación en tromba, prohibiéndome de paso que siguiera con aquello. 

Juegos aparte, ya sea sonrisa, risa o carcajada (en cualquiera de sus grados) son herramientas que utilizo como tabla de salvación, como válvula de escape, y funciona; te cambia el talante, la forma de recibir las cosas y el mal humor por una actitud alegre, positiva. He oído que la alegría, el tomarse todo de una manera más liviana y no complicarse tanto la vida libera tensiones y mejora la memoria. Mae West, célebre actriz que triunfó entre los años 20 y 40, conocida por su recalcitrante provocación e ironía, dijo que el sentido del humor es el que ayuda a sobrellevar a los otros cinco. 

Petu, 17 enero 2022

¿Qué te gustaría hacer que aún no sabes? — What is something you wish you knew how to do?

Hace mucho, algunas décadas ya, me propuse tres actividades para hacerlas algún día: bucear, montar a caballo y volar en ala delta. Las he ido desechando todas debido, fundamentalmente, a que con los años poseo menos espíritu aventurero. Recuerdo perfectamente cómo he ido descartando cada una de las tres y el mismo hecho de no seguir adelante con ellas siempre ha estado muy bien sustentado.

Unos amigos empezaron en una época un curso de buceo y solo los requisitos que me iban adelantando ya me chirriaban de entrada. Además de supervisar todos los aspectos que uno pueda imaginarse está el hecho de que la percepción del tiempo en el fondo del mar confunde completamente los sentidos; hay que luchar contra ello para tener control sobre cuánto puedes estar ahí abajo, y eso no es algo que vaya conmigo en absoluto, porque en el día a día pierdo la noción de los minutos una y mil veces. El estrés que todo eso podría provocarme alteraría profundamente la sensación de ingravidez, la ausencia de preocupaciones, circunstancias que según los expertos son las mejores y más placenteras que este deporte tiene para ofrecer a sus seguidores.

No creo que yo sintiera como sensaciones predominantes bajo el agua, y en estas extremas condiciones, relajación total, seguridad y vigilancia absoluta de la situación. Entrar en materia con toda esa parafernalia no me pareció nada tranquilizador y me daría muy pocas oportunidades de disfrutar. No me veo repitiéndolo tampoco, ya que someterme a ese proceso una sola vez y conseguirlo me arrancaría un ¡puf, prueba superada! y a volcar mis expectativas en algo muy diferente y con menos tensiones.

Como en todo, el prodigio de la repetición trae consigo la destreza, necesaria para disfrutar con lo que haces; hay que alcanzar cierta habilidad. Pero no se convierte en hábito aquello que aterroriza experimentar y éste es el quid de la cuestión. El dominio de la actividad se va colando poco a poco y se acrecienta la ilusión por realizarla, se valora y se percibe como algo divertido pasado un tiempo. Vamos, que el disfrute es directamente proporcional a su nivel de práctica. Descartado pues el submarinismo puedo, no obstante, intentarlo a una escala menor: el snorkel, te quedas sin aire y subes sin más; no hay, creo, mayor misterio.

Por esa misma época entré por casualidad en una clase teórica de ala delta que iba ya por la mitad. Buscábamos a un amigo que estaba en esa clase y el profe y los compañeros nos pidieron que nos quedásemos hasta que terminara. El nivel de complejidad era tal que empecé a pensar que la inseguridad que sentiría ahí arriba en el aire sería sin duda mayor que la que la que podía vivir en el agua. Yo al menos me manejo nadando y lo de volar me quedó muy grande enseguida con las explicaciones que daba el profesor. La pizarra llena de fórmulas me desilusionó rápido. Había que aplicar leyes de física que siempre luche por aprender en el colegio; en vano, por cierto.

Lo de montar a caballo sí lo probé, pero la experiencia no resultó mejor que esas otras dos que nunca intenté. Me animó a ir una amiga que ya era asidua e iba a pasar la mañana con más gente en un centro de equitación muy cerca de mi zona. Ni corta ni perezosa, pues ya me había deshecho de mis otros dos deseos, acudí al evento muy contenta y algo más segura de mí misma. Me pareció la ocasión pintiparada de poner en práctica al menos una de mis tres propuestas iniciales. El día salió frío, pero precioso, luminoso y sin viento. El entorno insuperable, así que después de adjudicarme el más manso de los caballos empezamos el paseo. 

El grupo constaba de ocho personas y todas habían tenido una experiencia previa, así que yo era la manta, la del final. Solo me dieron un par de recomendaciones y, sin más preámbulos, nos pusimos en marcha. Desde luego no vi pizarra alguna, ni desalentadoras fórmulas con las que tener que completar el paseo y al iniciar el trote no me resultó demasiado peligroso. 

En un momento dado mi caballo se detuvo sin que hubiera por medio recomendación alguna y empezó a comer hierba y beber de un riachuelo mientras los otros seguían su camino. Como tuve ocasión de saber después el animal, igual de consciente que yo de mi falta de pericia, me estaba poniendo a prueba. A gritos llamé a la instructora para que me echara un cable; instructora que a mí nada me había ilustrado y que iba delante del todo, lejos por si yo la necesitaba; perderme en semejantes circunstancias era otra cosa que avivaba mis temores cuando sentía tanta inseguridad en lo que estaba haciendo.

Me asignó como ayuda puntual a un compañero que azuzó al caballo para que siguiera adelante con el resto y sorteamos el problema. Sin embargo al llegar a un recodo la profesora señaló que era el momento de empezar un galope suave. Uno de los pocos consejos que ella me dio es que a su voz de “al galope” yo no espoleara al caballo y que éste seguiría sin más la ruta ya conocida, pero al trote. Desde luego no me pareció que conociera con profundidad la psicología de mi animal, ya que reaccionó completamente al contrario de sus pronósticos. Probablemente con la ruta tantas veces repetida mi brioso corcel se entregó, con una pasión desbordante, a una carrera que para mí resultó todo un suplicio. 

No negaré que empecé a chillar como una poseída, aunque nadie pareció oírme. Las otras enseñanzas que me adelantaron antes de salir eran: una postura correcta, bien erguida, sin tirar en exceso de las riendas, pues eso podía herir al caballo, y procurar que las rodillas siempre estuvieran apretando los flancos del caballo. Procurando apretar a fondo como me decían, y estando yo por entonces en plena forma, por el rabillo del ojo veía que no era así, que mis piernas volaban separadas del caballo al menos medio metro. Parecía recién salida de una película de dibujos animados, fiel reflejo de como pintan a los novatos cabalgando sin control y moviendo las piernas arriba y abajo como si te hubieran recomendado hacerlo así y no al contrario.

Completamente convencida de que tampoco había nacido para esto intenté relajarme y no tirar de las riendas, que es lo que me pedía el cuerpo; pero no sabía qué hacer para que ese animal parara, o al menos aminorara la marcha y no me tirara de la silla. A cada rebote un respingo de dolor, que me hacía pensar que iba a salir volando con mis piernas moviéndose como alas de mariposa; pero también haciendo lo posible por colocarme para no perder, con cada trompazo, ni postura ni compostura. Si yo tuve especial cuidado por no dañar al caballo, no parece que él hiciera lo mismo por mí pues, envalentonado al ver que yo no oponía ninguna resistencia, seguía terco una marcha que no solo no estaba yo en condiciones de seguir, sino que cada vez tenía menos fuerzas para afrontarla.

Después de minutos que se me hicieron horas el “apacible” paseo tocó a su fin y pude descabalgar mucho más trabajosamente de lo que me hubiera gustado admitir y, contenta de verme por fin lejos de mi potro de tortura y de aquella “grata” actividad, regresé destrozada a casa. Toda la tarde estuve en un duermevela tirada en el sillón con las cachas magulladas por los golpes y el esfuerzo. Al día siguiente mucho peor, al dolor se le añadieron las agujetas en las piernas; aunque por como saltaban parecía mentira que fuera por apretarlas contra el caballo. 

No es que no recomiende todas éstas actividades, al contrario, me consta que pueden convertirse en algo muy placentero, pero el adiestramiento debería empezar a una edad temprana para que luego se convierta en algo agradable; es como el esquí y los idiomas, también tengo mis vivencias al respecto, pero eso ya es otra historia. A partir de esas experiencias sigo eligiendo, con mucho cuidado, otras actividades en las que creo rendiría más y desempeñaría mejor; aquellas que, de momento, no me he vetado, pero se inclinan más por tomar clases de pintura, cerámica y cosas así. No quiero correr riesgos…

Petu, 17 enero 2022

Alguien que te inspira – Someone Who Inspires You

Lo más inspirador para mí es siempre lo que más me sorprende de las personas que me rodean. A veces hasta del desconocido aquel que solo tiene conmigo un breve intercambio de palabras, un leve gesto o una muestra de apoyo sin conocerme. Me inspira lo inesperado, lo creativo y lo que hoy está de más con quien no es de tu familia, de tu círculo; el detalle afectuoso, el acercamiento educado, la amabilidad como derroche, como fiesta. 

Nos cuesta mucho expresarnos y, mucho más que eso, nos es muy difícil intercambiar cumplidos o ser amables en nuestras relaciones sociales.Tengo innumerables ejemplos de familiares, amigos y también conocidos de los que siempre recojo carros de enseñanzas; modelos para cualquiera que esté dispuesto a aprender de los grandes aciertos, simplemente observando su saber estar, su forma de conducirse e incluso sus elecciones vitales. 

Si tu opción personal es indagar acerca de todo, analizar para mejorar, hay multitud de ejemplos sobrevolando, millones de preguntas por hacerse. En las respuestas encuentro caminos diferentes, divertidos pero también muy valientes y comprometidos. Me emocionan por igual gente de a pie y gente “grande”, personas sencillas y grandes eruditos. Todos ellos tienen un marco que hace de sus vidas un proyecto noble y bello. No prefiero a unos por encima de los otros. Hay honrosos modelos de ambos grupos que me entusiasman y a los que agradezco innumerables enseñanzas. 

Pero cuando literalmente te chocas con violencia con uno de tus mayores referentes, un hombre sabio, honesto y muy muy culto miras a lo más alto para agradecer ese regalo que no esperas. En ese momento no te preguntas ¿por qué a mí? ¿por qué yo? Simplemente te alegras de estar en tu piel, de estar ahí y de haber sido tú la que ha recibido el impacto de ese personaje al que admiras profundamente. Un ser humano cuya altura en centímetros no desmerece su sabiduría en multitud de campos y tampoco su humana delicadeza en el trato, como me consta desde aquella sorprendente e involuntaria embestida.

Medio recuperados de la conmoción pero aún aturdidos, ese singular encuentro resultó  después un poco más desconcertante pues ambos, y al mismo tiempo, intentamos disculparnos, quitándonos la palabra e interrumpiéndonos continuamente para poder expresar lo que sentíamos ambos ir cada uno en su mundo, haber sido tan descuidados y provocar esa colisión con otro transeúnte que no tenía ninguna culpa. 

Miré muy muy arriba y vi su cara cargada de preocupación, su angustia era real al preguntarme si estaba bien, si me había hecho daño. Yo no le pregunté lo mismo porque mi estatura difería mucho de la suya y probablemente había notado la mitad de la embestida que yo. Después de asegurarse de no tener que lamentar contusiones ni heridas vinieron las risas, cuando nos dimos cuenta de que ambos habíamos salido bruscamente de nuestros propios pensamientos, que no íbamos mirando donde caminábamos porque, seguramente, las cavilaciones en las que estábamos sumidos iban en primer lugar de importancia dentro de nuestra lista de prioridades.

Nos deseamos buen día y seguimos nuestro paseo no sé si ahora más concentrados, para no repetir esa curiosa habilidad con otro peatón incauto, o igual de ensimismados que antes. Encantada con la experiencia, y sabiendo que no todos los encuentros son tan especiales como aquel, pasé la mayor parte de ese día, y muchos otros después, con una sonrisa tonta dibujada en la cara cuando recordaba de nuevo el suceso y decía en voz baja ¡qué suerte la mía!

El marco en el que tuvo lugar ese encuentro fue El Retiro, en el conocido Paseo de Coches, el motivo que nos condujo allí fue la Feria del Libro, y aquel entrañable hombre que ya admiraba antes de “tropezarme” con él, pero que después siempre vendrá a mi memoria acompañado de un gran gesto de felicidad era, el también grande en todos los sentidos, José Luis Sampedro. 

Petu, 10 enero 2022

Juguete favorito

He sido afortunada con eso de los juguetes. He disfrutado de muchos, de los míos y de los de mis hermanos. No sé muy bien si he tenido juegos favoritos o momentos favoritos en los que jugaba con un montón de cosas que no necesariamente eran juguetes.

Mis juguetes favoritos… creo que fueron aquellos con los que pasaba horas y horas las mañanas de los sábados y domingos de mi infancia. Pero no consigo decidirme por uno solo, ¡imposible! Hay mil, entre ellos una muñeca especial que sale en alguna de mis fotos antiguas, mi primer peluche que aún conservo con todas sus calvas, el cine de juguete que fue todo un descubrimiento, el juego de construcciones de mi hermano.  

¿Puedo incluir las pinturas en esa lista? Nos pasábamos las horas cantando y oyendo cuentos con el tocadiscos, mientras manchábamos y manchábamos hojas de papel y, eventualmente, la sufrida moqueta azul gris que fue testigo de toda mi infancia ya estuviéramos sentados, tumbados, apoyados de lado. Mis recuerdos también giran alrededor de dos viejos puffs de fibra trenzada y piel de vaca en la parte de arriba. Los utilizábamos para rodar sobre ellos pero nunca fueron un verdadero asiento. 

El momento más temido y pesado: recogerlo todo en un gran cajón forrado de aironfix de “terciopelo” verde y adornado con remaches de metal. Un poco antes de eso, y vacío el cajón, también nos metíamos dentro en innumerables ocasiones convirtiéndolo en un barco, no sé si pirata o no. Dentro de casa esos fueron nuestros “trastos.” 

Cuando hacía bueno salíamos al Retiro cargados de bicis, triciclos, patines, cubos y palas pero sobre todo ropa para rebozarnos bien en la tierra. Empocilgados, que decía mi padre, y que nosotros siempre entendimos como hasta arriba de porquería. El mejor regalo de un niño: disfrutar sin tener que preocuparte de las manchas, la ropa y los zapatos. Venir como si lo hicieras de la guerra pero con una sonrisa de oreja a oreja. Insuperable. 

No puedo reducir mi lista a un solo juguete, han sido tantos que es muy difícil hasta hacer una pequeña selección, pero creo que los juguetes en nuestra casa han sido muy disfrutados, muy compartidos y también sacados de su uso habitual en numerosas ocasiones. Hemos exprimido todos y cada uno de los que llegaron a casa fueran para nosotros o para otro de los hermanos. Reciclados, heredados, intercambiados, casi todos muy especiales por eso me resisto a decir uno. Me quedo con los momentos vividos, con esos recuerdos y, como niño glotón, con todos los juguetes que poblaron mi infancia.

Petu, 8 enero 2022

Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.

Consejos a tu yo adolescente

Tengo que echar la vista muy atrás para recuperar ese estado casi continuo de zozobra interior, ese pensar que vas a morir al minuto siguiente y una habilidad inmensa de tomártelo todo a la tremenda. Si alguna frase puede ser más apropiada para definir todo eso que te rodea es intensificar al extremo cualquier vivencia o el estado de ánimo producido por ésta. Te lleva a vivir en un torbellino insoportable creyendo que la situación que provoca el desequilibrio es real, aunque a veces sea imaginada por ti.

Desde la distancia que proporcionan los años que han pasado desde entonces es más fácil reconocer este tipo de reacciones en ti y en otros, pero hay gente que sufre de ese síndrome durante toda su vida sin poder hacerse cargo de sus consecuencias, a veces devastadoras. Date permiso para reaccionar, pero no lo hagas compulsivamente cuando tus sentimientos se vean sacudidos por emociones desbordadas. Porque tus sentimientos no son tú. Lo que haces al reaccionar así no eres tú. Eres más que un momento de perder los papeles, aunque a veces dura más que un momento, de perderte a ti misma, de ver una enloquecida realidad en todo lo que te rodea.

La identificación con todo lo que haces te lleva al otro extremo cuando la emoción decae y sientes lo que ha provocado en ti (y percibes  los resultados);  cuando te ha traspasado como un vendaval: asumir o no la responsabilidad si la ha habido o se ha causado daño requiere una madurez que no siempre está presente en nuestra etapa vital de la adolescencia.

Cuando mis respuestas son adolescentes, sí a veces lo son todavía, me digo a mí misma cosas como:

Domina las emociones, eso significa mirarlas sin juzgar cuando aparecen pero no dejarse llevar por ellas. En vez de eso permitir que la tranquilidad y la calma tomen ese sitio, que se apoderen de ti emociones más suaves y estabilizadoras. Aprender de aspectos de nosotros que no nos gustan tanto, te hace pensártelo mucho más antes de volver a caer en ellos, aunque generalmente tendemos a aprender de algunos errores para inmediatamente después caer en otros.

Ser prudentes en nuestras decisiones nos desafía a apaciguar esa costumbre de actuar sin pensar que tan a menudo nos envuelve. 

Conseguir dominar el miedo, la incertidumbre, sabiendo que tendrán un carácter pasajero… Todo eso me digo a mí misma cuando ocurre un episodio de esos, que te desarma y te deja sin recursos para hacer frente a un enfado, un contratiempo o a alguien, que no está acostumbrado a poner límites personales, que obliga a los demás a ponérselos.

Ya no es un estado permanente como en mi época de adolescente, no es incontrolado, pero cuando viene y se va sigue dejando un rastro incómodo, muy molesto. Hoy por hoy también paso por todo esto, me digo las mismas cosas que antes para quitarme de encima sus desagradables efectos pero no sucumbo a ellos. No, ya no cedo. O al menos eso es lo que intento.

Petu, 5 enero 2022

ENGLISH VERSION

Advice to your teenage self

I have to look far back to recover that almost continuous state of inner anxiety, the thought that you are going to die the next minute and an immense ability to take it all the hard way. If any phrase could be more appropriate to define all that surrounds you, it is to intensify to the extreme any experience or the state of mind produced by it. It leads you to live in an unbearable whirlwind, believing that the situation that causes the imbalance is real, even if it is sometimes imagined by you.

From the distance of the years that have passed since then, it is easier to recognise this kind of reaction in yourself and others, but there are people who suffer from this syndrome all their lives without being able to deal with its sometimes devastating consequences. Give yourself permission to react, but don’t do it compulsively when your feelings are shaken by overflowing emotions. Because your feelings are not you. What you do by reacting in this way is not you. You are more than a moment of losing yourself, although sometimes it lasts longer than a moment, of losing yourself, of seeing a crazed reality in everything around you.

Identification with everything you do takes you to the other extreme when the emotion subsides and you feel what it has done to you (and perceive the results); when it has blown through you like a gale: whether or not to take responsibility if there has been responsibility or harm has been caused requires a maturity that is not always present in our adolescent stage of life.

When I answer like a teenager, yes sometimes I still do, I tell myself things like: «Master your emotions:

Master the emotions, that means looking at them without judgement when they appear but not getting carried away by them. Instead let calmness and quietness take over, let softer, more stabilising emotions take over. Learning from aspects of ourselves that we don’t like so much, makes you think much harder before falling back into them, although we generally tend to learn from some mistakes and then immediately fall back into others.

Being prudent in our decisions challenges us to appease that habit of acting without thinking that so often engulfs us. 

To manage to master fear, uncertainty, knowing that they will be temporary… All this is what I tell myself when one of these episodes occurs, which disarms you and leaves you without resources to deal with anger, a setback or someone who is not used to setting personal limits, forcing others to set them for them.

It is no longer a permanent state as it was when I was a teenager, it is not uncontrolled, but when it comes and goes it still leaves an uncomfortable, very annoying trace. Nowadays I also go through all this, I tell myself the same things as before to get rid of its unpleasant effects but I don’t succumb to them. No, I don’t give in anymore. Or at least that’s what I try to do.

Petu, January 5th, 2022

Between Me And Me – Entre yo y yo

What advice would I give to my teenage self? What can I say? I could say a lot. Or I could say nothing. I’ll try to say something. Hopefully, something that doesn’t sound like platitude. I remember that a lot of the things adults said at the time sounded like platitude to me when I was you.

Now I know not only that life is well worth living but that yet another life is well worth living, even if it means going through teenage again. So, from this me now, I apologize for saying when I was you that if God gave me another life, I would only take it on the condition that it came without adolescence, but if it had to come with adolescence, God could stick it where the sun don’t shine. It’s me that apologizes; you don’t have to apologize for anything, because you didn’t know better and it was a hard time then for us. 

You thought you were you when, even then, you were me and more than me. Deep down, you knew you were wearing a mask a lot of the time, pandering to the fashion of the time. You let yourself be guided by the theatrics, you took other people’s opinion of you at face value, you took your own opinion of yourself at face value. 

My advice to you: Don’t take your opinions seriously, especially that of yourself when you insist on being somebody else that fits with the fake reality of the time. You and me should always have taken life seriously enough not to take ourselves seriously. Dearest companion of mine, be and love and enjoy yourself without minding yourself because your self only exists as far as everything else exists beyond a time and a place and a people.

Vivi, January 3rd 2022

VERSIÓN ESPAÑOLA

¿Qué consejos daría a mi yo adolescente? ¿Qué puedo decir? Podría decir mucho. O podría no decir nada. Intentaré decir algo. Con suerte, algo que no suene a perogrullada. Recuerdo que muchas de las cosas que decían los adultos en su momento me sonaban a perogrullada cuando era tú.

Ahora sé no sólo que merece la pena vivir la vida, sino que merece la pena vivir otra vida más, aunque suponga volver a pasar por la adolescencia. Así que, desde este yo de ahora, me disculpo por haber dicho cuando era tú que si Dios me diera otra vida, sólo la aceptaría con la condición de que viniera sin adolescencia, y si tuviera que venir con ella, Dios podría metérsela donde no brilla el sol. Soy yo la que se disculpa; tú no tienes que disculparte por nada, porque no lo sabías y fue una época dura entonces para nosotros. 

Creías que eras tú cuando, ya entonces, eras yo, y más que yo. En el fondo, sabías que llevabas una máscara la mayor parte del tiempo, que te dejabas llevar por la moda de la época. Te dejaste guiar por la teatralidad, te tomaste al pie de la letra la opinión de los demás sobre ti, te tomaste al pie de la letra tu propia opinión sobre ti. 

Mi consejo: No te tomes en serio tus opiniones, especialmente la que tienes sobre ti misma cuando te empeñas en ser otra persona que encaja con la falsa realidad del momento. Tú y yo deberíamos haber tomado siempre la vida lo suficientemente en serio como para no tomarnos en serio a nosotras mismas. Querida compañera mía, sé y ama y disfruta sin preocuparte de ti misma porque tu yo sólo existe en la medida en que todo lo demás existe más allá de un tiempo y un lugar y un pueblo.

Vivi, 3 Enero 2022

©Viviana Guinarte