Él y sus mascotas

Petu, 2022

No hay en el mundo mayor entrega y una muestra más grande de amor absoluto que la de mi perra por su dueño. Ella le eligió a él, no a mí. Muestra su pasión más ciega y lo hace con todas las células de su cuerpo. A cada momento, todos los minutos del día nos enseña lo que es la devoción pura, la adoración extrema con todo su ser. Yo admiro esa disposición con recelo porque no soy el objeto central de esa apasionada relación; estoy ahí, la presencio y acepto a regañadientes; la comento, a veces me río cuando llega al paroxismo, pero he claudicado. Soy la segundona.

No es que no me quiera, me mira con ternura, me aprecia y cuando alguien menciona algo de salir a la calle sé que cuenta conmigo, se dirige a mí suplicante pero no salta por la correa, no baja atropellada, de dos en dos, los escalones de la terraza para de un vuelo plantarse delante de la verja del jardín jadeando a la espera de que su paseador, enganche la correa al collar, abra la puerta y salga con ella. Conmigo es algo más tibia, conmigo esos aspavientos no los hace.

Fuimos a buscarla en cuanto nos dijeron que se podía separar de su madre a un pequeño pueblo de Segovia y desde entonces, pegada al olor de una camiseta vieja de “su padre” se empapó de su olor y se convirtió en parte de él para siempre. Sociable hasta la médula y zampona por demás, podría decirse que esas son las dos cualidades más sobresalientes, las que más la identifican por encima del resto.

Es, al menos para mí, una preciosa mezcla de labrador con cualquier otra raza; negra, de tamaño mediano, rápida, nerviosa y muy musculada. Cuando se cruzan con ella dos objetos de atención prometedores nunca sabe por cual decidirse y redobla su ímpetu como si con ello pudiera alcanzarlos a los dos a la vez de un solo golpe. Adora el agua, embarrarse y correr libre por el campo todo lo que dan sus patas como si quisiera atravesar de una vez los confines del bosque. Su carácter no deja indiferente a nadie y generalmente va por ahí haciendo amigos.

Suspira fuerte cuando no está de acuerdo con algo y al dormir ronca y sueña aparatosamente con peleas o persecuciones dramáticas estremeciéndose y temblando durante las mismas. Tiene a mi lado su hueco en el sofá, debidamente protegido, pero no es raro que se suba encima de mí para admirar mucho más de cerca y con arrobo al objeto de su devoción continua, su líder. Creemos que es una perra consentida y feliz, dramática y celosa, demandante y afectuosa. Sé que son muchos y muy humanos los rasgos que enumero de su temperamento, quizá los haría suficientes para la interpretación pero no exagero nada al describirla. Supongo que todos los dueños de mascotas del mundo creen que las suyas están dotadas de gran personalidad y dotes extraordinarios.

Una noche recibí la llamada de su dueño que volvía del trabajo. Fue una conversación algo atropellada por la urgencia de la situación. Ya habíamos hablado sobre aquel tema, supongo que para iniciarme con cuidado y pacientemente acerca de otra nueva adquisición. Sutilmente conducida hacia la trampa la pregunta no pudo ser más directa: ¿puedo llevar a casa el gatito que me encontré en la calle? Recibida así la noticia, a plomo, creo que se hizo un silencio largo al otro lado del teléfono, lo suficientemente largo como para que me preguntaran ¿sigues ahí? Calibrando la respuesta y confrontándola con lo que se me venía encima solo acerté a responder: pero cariño, ¿tú no odiabas los gatos? No sé si con la edad se han atemperado las filias y las fobias de mi querido compañero pero esta vez no contestó a mi pregunta, supongo que calibrando, también él, la respuesta. 

Como pude confirmar después se trataba de un pequeñín que, separado de su madre por motivos desconocidos, acabó haciendo noche guarecido bajo unos tablones de madera en la misma calle en la que trabajaba su “próximo dueño”. La verdad es que seguramente no habría tenido muchas posibilidades de supervivencia a pocos metros de la carretera principal. Totalmente acorralada y cogida por sorpresa expresé algo en alto, yo me oí decirlo. Di mi consentimiento a la entrada del gatito en el zoológico familiar. Esa misma noche, por eso corría prisa, se estrenó en casa el nuevo miembro. Asustado e inquieto después de algo menos de media hora de viaje, y como supe después inspeccionando nerviosamente el coche durante el trayecto, pudimos al fin acomodarle entre nosotros en la cama como un paquetito y agotado por la novedad de la experiencia pudimos descansar por fin los tres.

La que no había dado su aprobación, ni había sido invitada a votación alguna, fue nuestra perra. Y nos lo hizo saber; nerviosa y también profundamente contrariada por la nueva adquisición se mostró mohína y terca en un principio porque tenía que acostumbrarse pacientemente a no ser nunca más el único sujeto de atenciones y mimos de la casa. Juguetón e infantil el gatín no pareció percibir las hostilidades de su “prima” sino que la tomó como una obligada compañera de juegos, chinchándola a cada momento y debilitando poco a poco las reticencias iniciales de la antigua reina de la casa. Totalmente destronada fue acostumbrándose a la nueva situación moderando su carácter hasta que estos dos insólitos compañeros a la fuerza se hayan convertido al fin en los mejores amigos, superados totalmente sus primeros desencuentros.

Petu, 2022

Tengo que decir que aunque el pequeñín nunca dejó de ser un incordio para ella siempre fue desde el principio el primero que corría al encuentro de la gran jefa para jugar. Ella se ha hecho rogar y, displicente, le dirigía algún que otro bufido de reprimenda para que el intruso tomase la distancia oportuna y de paso darse ella la debida importancia. El mini-tigre aún en periodo de perfeccionar su fiero rugido a lo más que llegaba es a propinar inofensivos zarpazos que no parecían molestar demasiado a su cada vez más paciente y resignada compañera de juegos. Tengo que decir que para quien no resultaban inocentes del todo esos arañazos era para el dueño de ambos que desde entonces sufre en sus carnes numerosos desgarros, pues decididamente el pequeño agresor ha comprendido que a superior contrincante debía emplearse con mayor rigor y contundencia, sin miramientos. Así que desde el principio no ha escatimado esfuerzos en sus continuas ofensivas lanzadas contra su rescatador y usa como debe sus poderosas herramientas. 

Las agresiones del pequeñín y las duras respuestas de su dueño a veces alcanzan una magnitud que me obligan a disolver el juego, cosa que parece afectar mucho a los dos. Alguna vez después de poner paz entre ellos, la fiera salta sobre su amo sin preaviso cogiéndole totalmente despistado para después salir huyendo en previsión de nuevas represalias. La verdad es que es un espectáculo verles a ambos, medirse de rival a rival con estas muestras de dominio por el entorno, una lucha por el liderazgo entre los varones de la casa. Las dos féminas hace tiempo claudicamos de esa absurda contienda. Nos contentamos con hacer lo que queremos sin que ellos lo noten demasiado. Distraídos en la importancia de quien ha de ser nombrado campeón-líder-dirigente, una reacción muy masculina de siempre, nosotras aprovechamos para llevar las riendas de la casa con discreción. Dejamos en sus manos los aspectos más importantes como ganar, tener razón y llevarse el gato al agua… No, esa no ha sido una gran comparación, ha sido una desafortunada expresión, mi pobre gatito.

Con todo, de entre las cosas a las que no voy a ceder más es a la entrada de cualquier otro ser en mi casa. Tengo la seguridad absoluta, y así lo he expresado varias veces con una vehemencia que no deja lugar a dudas: no voy a acoger a nadie más, ya sea guacamayo, galápago o tucán. Ya somos muchos en casa, somos quizá demasiados la perra, el gato, el inglés y yo.

Petu, 2022

Petu, 24 julio 2022

Confusiones, despistes y malentendidos

He tenido varios cuñados en mi vida pero ninguno con una vis cómica tan pronunciada como éste al que me refiero. Provisto de gran sentido del humor y férreo perseguidor de chanzas, o quizá también perseguido tenazmente por ellas, se caracteriza como nadie por ser el rey de la guasa y el equívoco. Hemos pasado grandes ratos oyendo de sus labios, y a veces también descritos por mi hermana, episodios que difícilmente tienen igual, que no pueden compararse con nada. Eso es algo propio de uno, intrínseco a tu ser, se tiene o no se tiene. Escuchándole contar estas historias a menudo se produce un chasquido, como un disparo, que te provoca la risa sin esfuerzo, desde lo más profundo, y ya no puedes parar porque has construido desde esa narración una imagen que te persigue; y ahora lo que te acorrala es algo visual y no puedes resarcirte. La carcajada, cuando no la incredulidad están servidas desde ese momento. A mí me sobrevienen en cascada y una vez que se desencadenan se extienden sin freno.

Hace algunos años y bromeando con el hecho de que iba muy a menudo a verles, mi cuñado se quejaba con un sonoro: ¡otra vez aquí! ¡se me ha hecho muy corto desde la última visita! o alguna cosa por el estilo. Ya acostumbrada de sobra como el resto de la familia a esas expresiones espontáneas las recibimos con guasa y algún comentario irónico, cambiando a otros temas enseguida. En una ocasión la broma coincidió en que yo estaba esperando a que me abrieran el portal y él en su casa pegado al telefonillo. Hola, soy yo; ábreme, por favor. Después de un interminable e indisimulado ¿quién es? sobrevino un ¡ah, eres tú!. Pues no te abro. ¿Cómo te voy a abrir?, que no. No quiero, valiente pesada. ¡Por supuesto que no te abro!. Yo me reía pero no les debía parecer broma a unos vecinos que ya se habían acercado mientras tenía lugar la disparatada conversación y lo estaban oyendo todo desde la entrada al portal. El tono pretendidamente enfadado y serio de mi cuñado no sé si fue percibido por sus vecinos porque tuve que decir algo azorada que estaba bromeando para que me abrieran; algo contrariados porque no me conocían de nada, accedieron a abrirme con la consiguiente explicación por mi parte de que se trataba de una burla muy antigua. 

Afortunadamente este hecho coincidió con que mi cuñado se ablandó por fin y abrió también desde arriba. Agradeciendo el gesto de los amables vecinos y roja de vergüenza entré detrás de ellos excusándome por el  contratiempo. Arriba ya pude contarle a mi cuñado que su broma acababa de traspasar las fronteras familiares porque había sido seguida de cerca por unos vecinos que habían oído todo lo que con respecto a mí había tenido a bien soltar por la boca y no estaba completamente segura de que hubieran percibido su ironía. 

Otro despiste que me pareció muy visual, y me mantuvo mucho tiempo con una sonrisa dibujada en la cara siempre que lo recordaba, fue el que me contó en cierta ocasión una amiga. Ella siempre salía con la hora pegada para coger el tren que la llevaba a la universidad. El trayecto lo hacía siempre andando o corriendo, según fuera mejor o peor de tiempo. Cronometrado no llevaba más de ocho minutos, yendo rápido pero sin correr. Se había vestido a la carrera según  me contaba y, ya en la calle, un transeúnte le para y le dice: joven, se le han caído las medias. A no ser que lleves unas en el bolso, generalmente las que tienes puestas no suelen caerse. Menos las de mi amiga. Una ristra de medias, de esas que llamamos pantis, de más de metro y medio iba haciendo su camino imperturbable detrás de ella. 

No sé cómo dio las gracias al señor, y si le salió la voz debido a la vergüenza que me dijo que pasó, lo que sí sé es que tuvo que enrollar durante al menos un minuto ese inacabable reguero de espuma y atarlo o fijarlo a su pierna para seguir corriendo en dirección a la estación para no perderlas nuevamente por el camino. Me explicó que al ponerse el pantalón y cambiarse de medias, las de el día anterior debieron quedarse enredadas y fueron saliendo cómodamente mientras ella andaba. Esto, junto a que no te cierres bien el pantalón cuando sales del servicio o te dejes la falda atascada con la ropa interior, y vayas tan tranquila dando el espectáculo, son los problemas más embarazosos que puedo imaginar con este tipo de percances, aunque éste es bastante más divertido que los dos anteriores.

Y a vueltas de nuevo con la ropa interior y con mi cuñado también recuerdo otro percance que oí entre risas y que me contaba él cuando era aún reciente. Los fines de semana iba a correr al club mientras dejaba a mis sobrinos dando alguna clase para que ellos también tuvieran una hora de ejercicio al aire libre. Las mañanas de domingo suelen ser muy difíciles para activar a los niños aunque sea para realizar actividades que han sido pactadas con ellos de antemano. Llegan al sitio con prisas, corriendo, obligados por el horario y a menudo enfadados. La mitad de los disparates y despistes vienen como resultado de una desafortunada interacción entre esos grandes conocidos; y mientras van saliendo niños, bolsas y bultos varios, algunas cosas que deben quedar dentro salen díscolas y otras que se necesitan no aparecen o se olvidan, e incluso se pierden.

Pues algo así debió pasar en aquella circunstancia pues, como de la nada, debió colarse un calzoncillo que acabó, como si ese fuera su lugar natural, como si siempre hubiera vivido allí, en el estrecho hueco que había entre el coche y la acera. Rápido como un resorte y nervioso por tan incómoda visión, creyendo que venía de su bolsa abierta y medio caída después de la salida en tropel de los niños, devolvió al coche con un gesto implacable a la vez que disimulado tan comprometida prenda para seguir con el resto de sus actividades. Al relatarnos después los pormenores de tan incómoda situación aseguraba con la mirada alucinada del que no cree lo que ha pasado ¡que no eran suyos!, ¡que no sabe cómo habían llegado ahí!, parece ser que luego encontró los suyos convenientemente preparados al fondo de la bolsa con el resto de utensilios para la ducha y tampoco acierta a comprender cómo los confundió con los de fuera y por qué extraña casualidad se había producido el equívoco. Incrédulo se preguntaba si estaban allí de antes y otro junto con él, confundidos ambos en el espacio-tiempo de lo irreal, hubieran intercambiado moléculas y objetos incoherentes en un baile imposible con ese curioso resultado. Sorprendido y asustado  por el propio fluir de sus pensamientos y de nuestras risas convinimos en pasar a otro tema aunque la expresión divertida de nuestras caras aún tardó un buen rato en olvidarse.

Petu, 6 de junio 2022