Él y sus mascotas

Petu, 2022

No hay en el mundo mayor entrega y una muestra más grande de amor absoluto que la de mi perra por su dueño. Ella le eligió a él, no a mí. Muestra su pasión más ciega y lo hace con todas las células de su cuerpo. A cada momento, todos los minutos del día nos enseña lo que es la devoción pura, la adoración extrema con todo su ser. Yo admiro esa disposición con recelo porque no soy el objeto central de esa apasionada relación; estoy ahí, la presencio y acepto a regañadientes; la comento, a veces me río cuando llega al paroxismo, pero he claudicado. Soy la segundona.

No es que no me quiera, me mira con ternura, me aprecia y cuando alguien menciona algo de salir a la calle sé que cuenta conmigo, se dirige a mí suplicante pero no salta por la correa, no baja atropellada, de dos en dos, los escalones de la terraza para de un vuelo plantarse delante de la verja del jardín jadeando a la espera de que su paseador, enganche la correa al collar, abra la puerta y salga con ella. Conmigo es algo más tibia, conmigo esos aspavientos no los hace.

Fuimos a buscarla en cuanto nos dijeron que se podía separar de su madre a un pequeño pueblo de Segovia y desde entonces, pegada al olor de una camiseta vieja de “su padre” se empapó de su olor y se convirtió en parte de él para siempre. Sociable hasta la médula y zampona por demás, podría decirse que esas son las dos cualidades más sobresalientes, las que más la identifican por encima del resto.

Es, al menos para mí, una preciosa mezcla de labrador con cualquier otra raza; negra, de tamaño mediano, rápida, nerviosa y muy musculada. Cuando se cruzan con ella dos objetos de atención prometedores nunca sabe por cual decidirse y redobla su ímpetu como si con ello pudiera alcanzarlos a los dos a la vez de un solo golpe. Adora el agua, embarrarse y correr libre por el campo todo lo que dan sus patas como si quisiera atravesar de una vez los confines del bosque. Su carácter no deja indiferente a nadie y generalmente va por ahí haciendo amigos.

Suspira fuerte cuando no está de acuerdo con algo y al dormir ronca y sueña aparatosamente con peleas o persecuciones dramáticas estremeciéndose y temblando durante las mismas. Tiene a mi lado su hueco en el sofá, debidamente protegido, pero no es raro que se suba encima de mí para admirar mucho más de cerca y con arrobo al objeto de su devoción continua, su líder. Creemos que es una perra consentida y feliz, dramática y celosa, demandante y afectuosa. Sé que son muchos y muy humanos los rasgos que enumero de su temperamento, quizá los haría suficientes para la interpretación pero no exagero nada al describirla. Supongo que todos los dueños de mascotas del mundo creen que las suyas están dotadas de gran personalidad y dotes extraordinarios.

Una noche recibí la llamada de su dueño que volvía del trabajo. Fue una conversación algo atropellada por la urgencia de la situación. Ya habíamos hablado sobre aquel tema, supongo que para iniciarme con cuidado y pacientemente acerca de otra nueva adquisición. Sutilmente conducida hacia la trampa la pregunta no pudo ser más directa: ¿puedo llevar a casa el gatito que me encontré en la calle? Recibida así la noticia, a plomo, creo que se hizo un silencio largo al otro lado del teléfono, lo suficientemente largo como para que me preguntaran ¿sigues ahí? Calibrando la respuesta y confrontándola con lo que se me venía encima solo acerté a responder: pero cariño, ¿tú no odiabas los gatos? No sé si con la edad se han atemperado las filias y las fobias de mi querido compañero pero esta vez no contestó a mi pregunta, supongo que calibrando, también él, la respuesta. 

Como pude confirmar después se trataba de un pequeñín que, separado de su madre por motivos desconocidos, acabó haciendo noche guarecido bajo unos tablones de madera en la misma calle en la que trabajaba su “próximo dueño”. La verdad es que seguramente no habría tenido muchas posibilidades de supervivencia a pocos metros de la carretera principal. Totalmente acorralada y cogida por sorpresa expresé algo en alto, yo me oí decirlo. Di mi consentimiento a la entrada del gatito en el zoológico familiar. Esa misma noche, por eso corría prisa, se estrenó en casa el nuevo miembro. Asustado e inquieto después de algo menos de media hora de viaje, y como supe después inspeccionando nerviosamente el coche durante el trayecto, pudimos al fin acomodarle entre nosotros en la cama como un paquetito y agotado por la novedad de la experiencia pudimos descansar por fin los tres.

La que no había dado su aprobación, ni había sido invitada a votación alguna, fue nuestra perra. Y nos lo hizo saber; nerviosa y también profundamente contrariada por la nueva adquisición se mostró mohína y terca en un principio porque tenía que acostumbrarse pacientemente a no ser nunca más el único sujeto de atenciones y mimos de la casa. Juguetón e infantil el gatín no pareció percibir las hostilidades de su “prima” sino que la tomó como una obligada compañera de juegos, chinchándola a cada momento y debilitando poco a poco las reticencias iniciales de la antigua reina de la casa. Totalmente destronada fue acostumbrándose a la nueva situación moderando su carácter hasta que estos dos insólitos compañeros a la fuerza se hayan convertido al fin en los mejores amigos, superados totalmente sus primeros desencuentros.

Petu, 2022

Tengo que decir que aunque el pequeñín nunca dejó de ser un incordio para ella siempre fue desde el principio el primero que corría al encuentro de la gran jefa para jugar. Ella se ha hecho rogar y, displicente, le dirigía algún que otro bufido de reprimenda para que el intruso tomase la distancia oportuna y de paso darse ella la debida importancia. El mini-tigre aún en periodo de perfeccionar su fiero rugido a lo más que llegaba es a propinar inofensivos zarpazos que no parecían molestar demasiado a su cada vez más paciente y resignada compañera de juegos. Tengo que decir que para quien no resultaban inocentes del todo esos arañazos era para el dueño de ambos que desde entonces sufre en sus carnes numerosos desgarros, pues decididamente el pequeño agresor ha comprendido que a superior contrincante debía emplearse con mayor rigor y contundencia, sin miramientos. Así que desde el principio no ha escatimado esfuerzos en sus continuas ofensivas lanzadas contra su rescatador y usa como debe sus poderosas herramientas. 

Las agresiones del pequeñín y las duras respuestas de su dueño a veces alcanzan una magnitud que me obligan a disolver el juego, cosa que parece afectar mucho a los dos. Alguna vez después de poner paz entre ellos, la fiera salta sobre su amo sin preaviso cogiéndole totalmente despistado para después salir huyendo en previsión de nuevas represalias. La verdad es que es un espectáculo verles a ambos, medirse de rival a rival con estas muestras de dominio por el entorno, una lucha por el liderazgo entre los varones de la casa. Las dos féminas hace tiempo claudicamos de esa absurda contienda. Nos contentamos con hacer lo que queremos sin que ellos lo noten demasiado. Distraídos en la importancia de quien ha de ser nombrado campeón-líder-dirigente, una reacción muy masculina de siempre, nosotras aprovechamos para llevar las riendas de la casa con discreción. Dejamos en sus manos los aspectos más importantes como ganar, tener razón y llevarse el gato al agua… No, esa no ha sido una gran comparación, ha sido una desafortunada expresión, mi pobre gatito.

Con todo, de entre las cosas a las que no voy a ceder más es a la entrada de cualquier otro ser en mi casa. Tengo la seguridad absoluta, y así lo he expresado varias veces con una vehemencia que no deja lugar a dudas: no voy a acoger a nadie más, ya sea guacamayo, galápago o tucán. Ya somos muchos en casa, somos quizá demasiados la perra, el gato, el inglés y yo.

Petu, 2022

Petu, 24 julio 2022

Con una capita de polvo marrón

Petu, 2022

Hoy hemos amanecido raro, el cielo aparecía marrón, el campo tenía una densa lámina de polvo. Mis árboles favoritos, mis lugares perfectos eran todos una deslucida imagen de color sepia. Dicen que es polvo del Sáhara pero parece una foto antigua, una estampa trasnochada en la que todo sale viejo y con apariencia borrosa. En las fotos me gusta, en la naturaleza no.

Mi paisaje, el de todos, debe ser nítido; el cielo debe lucir su mejor azul, el campo bien verde en invierno, un verde jugoso y húmedo; de color amarillo, el de la paja, cuando hace calor, blanco solo cuando nieva y poco más. Nada de desteñidos ni paletas de tonos raros. No quiero otras representaciones extrañas y menos si son desvaídas.

Además de triste esta mañana el paisaje estaba más silencioso, era como una negativa a asimilar este cambio que parece que no solo me disgustaba a mí. Parece que ese disgusto se había extendido a otros, más o menos protagonistas de nuestro querido entorno. No lo recibí como esa tranquilidad tan agradable que se produce después de una intensa nevada en la que los sonidos se amortiguan y la calma y el reposo se adueñan de toda la naturaleza y también de uno mismo; esto no era igual, esto no era sino una afonía en la que todo se queda mudo por desconfianza, para mostrar su desaprobación y sospecha.

Hoy permanecer asomada a la ventana requería un plus de atrevimiento para afrontar esta distorsión, a mi juicio grave. No me encontraba con ánimos después de ver el panorama que me rodeaba. Para mí quedarme mirando y preguntándome qué era esto supuso un himno a la osadía. Por eso hoy no me recreé mucho mirando al exterior, hoy no necesitaba una gran excusa para dedicarme a otras cosas enseguida. Y quise cambiar de tema, entretenerme en otros quehaceres y evadirme, pero no podía. Seguía terca con lo mismo y no podía separarme de la imagen plana, marrón y triste que me perseguía desde la ventana.

El ánimo también amaneció turbio como si desde ese insólito cielo nos empujaran hacia abajo, como si hubiéramos ganado todos algo de peso, perdido talla, o las dos cosas a la vez. De momento no sé cómo hacerle frente a nada de esto y me estrujo la cabeza para desintoxicarme de polvo y de pesadumbre emocional. Pero algo tengo que hacer para sacudirme ambos. Porque hay un no sé qué de bolero en todo el ambiente desde entonces. 

Petu, 2022

Tristeza y melancolía que me traslada, con cierto remordimiento, a imaginar como avanzaba la vida antes; y contemplo el que tuvo que ser un transcurrir lento y esforzado de nuestros ancestros como contrapartida a este devenir apresurado y superficial, que se pega a nuestros días como otra piel encima de la nuestra, mientras corre desaforado intentando dejarnos atrás continuamente. Pero aunque en sus fotos nos muestre una realidad coloreada de  marrón, apagada y tenue, los vivos colores desprovistos de contaminación del entorno de nuestros abuelos no eran así de desvaídos, solo lo son sus fotos.

Tengo la intención de cambiar de planteamientos y fijar los términos en los que voy a indagar para no despistarme con estas nuevas señales del paisaje que ya veo que no me van a echar una mano. El caso es que el resultado no compensa de momento, las ideas van y vienen en desordenado batiburrillo; como el polvo que cambia de sitio cuando lo limpias en casa; el aire enrarecido lo vuelve todo más espeso y no se te ocurra añadir agua ahora porque podrías vértelas con el dichoso barro. 

Así las cosas tenemos que hacer doble esfuerzo para aclarar conceptos, y yo aprovecho para hacerme las mismas preguntas de siempre pero de una manera mucho más intuitiva. Las respuestas, que tendrán mucho que ver con las que voy a necesitar ahora, serán idóneas para esa limpieza general. Mientras sigo enredada en mis pensamientos intento pillar desprevenida esa desafortunada imagen que me devuelve la ventana, y de vez en cuando me asomo rápida para ver si ese color tan incómodo se ha disipado un poco. 

La idea de dejarme llevar por la tristeza del día no me gusta mucho y me apena pensar más en ello, así que lo primero que me planteo es subir un poco los ánimos, “des-aplastarme”. Bailar no puedo, por prescripción médica, pero poner música y cantar… ¿quién me lo impide? Voy a tener una mañana de derrotar ese polvo extraño y lo haré a conciencia pero sin el plumero. Ahora lo que menos me apetece tomar es un batido de cacao, bastante tengo hoy con la arenisca de chocolate; hoy creo que va a ser un gran vaso de horchata, a ver si con ella desbloqueo este sopor, blanqueo un poco el paisaje y me libro por unas horas del desencanto.

Petu, 26 junio 2022

Vivi, 2022

¡Esa pierna!

Recuerdo los últimos días de trabajo como algo muy doloroso tanto en el nivel físico como en el nivel emocional. Sin ayuda de mi profesión no concebía ninguna esperanza dentro del futuro más material en el que nos solemos mover todos por imperativo legal y sin embargo sabía que mi única opción era dejarlo por mi bien, por mi salud. Una de las razones que esgrimía: me dolía horriblemente la pierna y necesitaba creer que no faltaba nada para ir a casa o reunirme con mis amigas después del trabajo y celebrar algo, ¿pero qué? No sé si la situación admitía celebraciones. En plena disyuntiva del “por donde tiro” no veía en las actuales circunstancias nada que fuera más allá de mi seguridad, y que se diera de por vida; era todo por lo que había luchado, había dado lo mejor de mí, mis mejores años y miles de horas sin apenas obtener nada a cambio. Espera: sí, ahora que recuerdo. Dinero… que había invertido en una casa en la que no viviría y tenía alquilada para pagar una hipoteca que no se acababa nunca. 

Mi pierna me decía que me dolía ponerme en marcha pero yo contestaba que era más cómodo haber luchado ya por el puesto que tenía y que ahora tocaba apoltronarse. No “meneallo” para que no se descolocara nada. Pues el hecho es que el dolor me avisaba de dos cosas, la primera es que permanecer ahora en el mismo sitio de siempre me producía grandes molestias y que acudir en la dirección en la que tenía por costumbre avanzar también se me hacía insoportable. Mi pierna y yo íbamos por libre y de momento no nos poníamos de acuerdo. Teníamos intereses distintos: yo la tranquilidad, la monotonía de un trabajo siempre igual que no me planteaba ningún reto profesional desde hacía mucho tiempo, y tampoco me ofrecía ninguna inspiración. Ella, la dichosa pierna, me decía a gritos (de dolor) que debía ponerme en marcha hacia otro sitio, cambiar mis objetivos, al menos elegir uno por el que recuperar la ilusión, uno en el que interviniesen sueños aún no realizados, nuevas emociones. La vida, eso que nos despierta, nos agita pero también nos desconcierta como nada. Urdir planes no es nada fácil en esta situación, pero quedarse sin hacer nada era muy desgarrador también (además de por el sufrimiento no iba con gusto a trabajar,…pero ¿quién en su sano juicio lo hace?).

Creo que era buena en mi trabajo, hubo un tiempo en el que me gustó ejercer, incluso hubo un tiempo largo en el que disfruté. Me sentía indispensable, porque lo era, porque era la única que defendía este tenderete y al estar sola el puesto abarcaba ya más de lo que mis fuerzas, mi pierna y yo misma podíamos sostener: ayudante, auxiliar, ordenanza, clientes, teléfono, recados, correos, documentos, supervisión, gestión, control de las diferentes oficinas, comprobación de datos, cantidades. Sí, debía de ser buena, muy buena pues ni me cambiaban por otra, (bueno, hubo veces que puntualmente me cambiaron por dos) ni me ofrecían una ayuda más sostenida en el tiempo, algo más que unos mesecitos para ir tirando.

En un primer momento no sabía que podía abarcar tanto, pero se fueron acumulando tareas y años y yo tiraba de ellos junto con el carro. ¿no me dolerá por eso la pierna? ¡Quién sabe! Mis despistes siempre han tenido la etiqueta de colosales pero, salvo alguno que otro puntual, generalmente los dejaba dentro de la esfera personal porque en ella no me veía obligada a poner tanta atención. Era más caótica la persona que la trabajadora. Y desde luego tenía puestas más certezas e ilusiones en ésta que en aquella. Las dudas me las planteaba y las debatía ya en mi casa, en el sofá o con la almohada. Contra todo pronóstico, llevaba una pila de años intentando mejorar mis condiciones laborales aunque también me trabajé mucho en esos años mi estado emocional.

 El psicólogo del colegio, en cierta ocasión, me puso en una nota aparte que estaba dotada de un rico mundo interior, cosa que hizo reír mucho a mi padre, que siempre esperó entre divertido e incrédulo a que esa riqueza se expresara pronto, que saliera algún día a la luz. No sé si esa coletilla profesional le funcionó como muleta al psicólogo pero siempre que pensaba en ello me alivió saber que, al menos, pudiera haber algo interesante en las profundidades de mi cerebro, solo tendría que indagar, me dije resuelta. Y me puse a ello. No sé si por eso mismo desde pequeña fui proclive al ensimismamiento porque me gustaba estar sola y darle caña a las ensoñaciones. Ahora digo que me voy a meditar; antes me quitaba de en medio y me entregaba con pasión a “mis cosas”. Mi madre siempre me contó que fui una niña que se entretenía sola durante horas, con juguetes o sin ellos. No daba mucha guerra. En algún momento estábamos rondando por ahí cinco hermanos con edades muy similares haciéndonos fuertes por toda la casa. Hay que entender la importancia que ese detalle tuvo que tener para mi madre y para el resto de la familia aunque solo fuera durante la fuerte presión demográfica que vivimos en esa época.

 Algún tiempo después de la niñez yo hacía mis pinitos en cuanto a plantearme interrogantes, entraba en lo que a mí me parecía lo más recóndito de la mente e iba en busca de respuestas, ponía en cuestión mis dudas y quería creer que algunas las dejaba atrás mediante este procedimiento. De eso se trata en parte el hecho de madurar… en resolver, hacer lo mismo que haces pero intentar hacerlo mejor, con criterio. Cuestionarte todo sin entrar en un soliloquio paranoide; más bien consiste en hacerte preguntas con el objetivo de obtener respuestas. Avanzar y sorprenderte siempre con los resultados de lo que un día fuiste capaz de hacer, ponerte cara a cara con tu mejor logro y eso no se consigue mas que intentándolo de nuevo. 

 A medida que van pasando los años dejas de hacer cosas por impulso. Claro que si una es miedosa lo sigue siendo siempre, pero yo hice cosas que hoy me parecen impensables: como dejar un trabajo porque sí. Hoy casi es un alarde, tal y como está todo. A otra edad y por mucho menos habría dejado este puesto al que hoy me aferro con uñas y dientes sin echar cuentas de que puede ser el inconsciente el que me impida ir a trabajar “regalándome” un dolor tan grande. ¡Cosas más extrañas se han visto! y de momento debo entregarme a estos pensamientos por si se me quita el dolor, por si no va a más y debo decidirme por hacer algo; lo mismo o algo muy diferente. Y es que madurar está muy bien pero solo si no te impone una fuerte inmovilidad, una gran coraza o un intenso dolor. Solo si te deja ser de alguna manera más libre y no sientes que caes por un precipicio solo por tener que tomar una importante decisión. Por otro lado está la irreflexión que, aunque no es de por sí un signo de madurez, puede que te ponga en órbita hacia sitios que te beneficiarán mucho tanto como persona como profesional. Quizá porque no lo has pensado demasiado; quizá porque, al verte impelido en algunos casos hacia lo desconocido, podrías aceptar de buen grado una propuesta imprudente o en cierto modo irracional. Y a todo eso no digo yo que no esté bien, pero es que de pensarlo un poco no iría, no me la jugaría y no me liaría la manta a la cabeza. ¡Qué hacer! Si un impedimento físico dificulta el normal desempeño de mi trabajo habitual, ¿tengo que cambiar de actividad? Pregunto porque el tema laboral está que arde… Seguimos interpretando ese dolor de pierna que me dice que lo que estoy haciendo ya no es mi camino, que me duele cuando voy a donde-no-quiero-ir. 

Recuerdo que hace unos años me pasó poco más o menos algo así pero con un súper esguince. Un tobillo que alcanzó las dimensiones de una pierna y negro como tizón que me hizo permanecer un mes largo de baja, una baja feliz porque me mantenía en casa leyendo, escribiendo, pensando en mis cosas. Aunque dolía mucho, era preferible esto a ir a trabajar. Si no me conociera bien diría que en aquel momento de mi vida quería desentenderme de mis responsabilidades, pero por muy difíciles que se pusieran las cosas yo no podía escapar entonces a ellas. Ese era el quid de la cuestión: el sentido del deber me obligaba una y otra vez a vérmelas con el dolor por aquello que no me llenaba, una circunstancia triste cuando sientes que aún tienes mucho que dar. Mucho, mucho… y ganas, aún las tienes todas. Hoy me encuentro todo el rato como pez fuera del agua, que lo he dado todo, que no me vincula ya nada a mi antigua profesión y que no mantengo ni de lejos esa ilusión cuando hago frente, soluciono y resuelvo cualquier reto laboral de envergadura.

Por ahora, como aún no me ha sobrevenido ninguna epifanía, cero información que me alumbre y tampoco he recibido por correo ninguna idea feliz, seguiré indagando y seguiré informando también en la medida de lo posible.

Petu, 6 de junio 2022

Retruécanos

De pequeña me encantaban esas expresiones que no entendía pero que eludían los grandes tacos y groserías que hoy imperan a diestro y siniestro en nuestra sociedad. Estos chascarrillos eran un añadido más a la fascinación que ejercían los tebeos sobre mí y puedo decir que también influyeron en muchas personas de mi generación. Cáspita, córcholis, carambolas, caracoles, repámpanos… son algunas de las que me acuerdo y noto como se me escapa una sonrisa cuando las digo en voz alta. Era lo que los protagonistas de mis aventuras favoritas exclamaban cuando las cosas no iban como ellos querían pero también si la sorpresa era muy grata y mayúscula. 

No se consideraban palabras malsonantes, eran expresiones que yo, antes de leer tebeos, no había oído nunca. Probablemente hoy suenen redichos pero los personajes, buenos o malotes tenían una educación y una corrección hablando que para mí las quisiera yo ahora. Si de cada cinco palabras tres y media son tacos, no llegamos nunca a una frase entera sin depender de ellos en la mayoría de las conversaciones. Parecen gozar de entidad propia en casi todas las frases que utilizamos. Echo mucho de menos gran cantidad de sinónimos que se podrían utilizar si no recurriéramos tanto a esos tacos pero, al no ser elegidos, se apolillan aburridos e inertes en los libros antiguos. 

No digo que las expresiones groseras de ahora no descarguen nuestra ira de vez en cuando si tenemos un mal día o parece que todo se nos tuerce. A mí me relaja mucho decirlas pero intento que no sobrepase un máximo prudente. Si no puedo, al final añado la coletilla ¡…., iba a decir! como si con ese truco no la hubiera ya pifiado de sobra. Un hallazgo más actual es añadir ¡miércoles! antes de caer en alguna fea tentación y en una frase que seguramente iba a acabar siendo escatológica. 

Todo lo anterior ha quitado fuerza a mi enfado en numerosas ocasiones y puede ser otra gran opción para no adquirir una grosera costumbre, pero lo que me ayuda de verdad a desterrar esos feos “palabros” si no del todo al menos en su mayoría es la frase que leí en algún lugar no hace mucho. Era algo así: el hecho de introducir demasiados tacos en una conversación normal es signo de pereza mental. Ya sufro de bastante pereza en todos los sentidos como para andar ahora con añadidos. 

    No he vuelto a leer tebeos. Los de ahora se llaman de otra forma; se conocen como cómics y novela gráfica. Sus temas, el contenido, las ilustraciones están muy lejos de las que consumíamos de niños, de las que emocionaban a nuestra generación. Hay muy buenos títulos y también me he rendido a ellos con devoción por el grado de perfección que han alcanzado, pero prefiero aquellos que me acompañaron antes, al igual que me pasa con las chuches modernas. Me llenan de recuerdos los caramelos de eucalipto, el paloluz primero y luego las ruedas de regaliz rojo o negro, las pipas, los refrescos de gominola (verdes y marrones), las pastillas de leche de burra. No teníamos tanta variedad pero encienden el interruptor de mis recuerdos a base de bien. Algunos subsisten hasta hoy pero hay muchos más ahora por lo que la mayoría son nuevos para mí y me agobio un poco con tanto surtido.

Con las lecturas de tebeos ha pasado lo mismo. Antes eran habas contadas, hoy hay títulos para parar un tren; muchas editoriales están especializadas solo en estos temas y me consta que con gran número de seguidores. Sin  poder decidirme por ninguno aprovecho también todo lo que hay ahora que es mucho, disfruto de las aventuras modernas como disfrutaba antes con los personajes clásicos, pero dejaba volar mi imaginación y me enganchaba con mucha más pasión al ensueño acompañada de mis personajes favoritos de la infancia, sin ninguna duda. 

   Las tardes de verano con su letargo insoportable, la media luz que evitaba que subiera en las casas varios grados la temperatura, el calor pegajoso y aplastante, el aburrimiento estival muchas veces asociado con la hora de la siesta, (si los mayores intentaron  acostumbrarte a ella durante toda tu infancia acabas odiándola); todo esto eran las interminables horas de siesta institucionalizada por imperativo categórico, en las que éramos obligados a permanecer recluidos en los dormitorios y que habrían sido mortales si no hubiéramos contado con la tabla de salvación que para nosotros representaban los tebeos; todo aquel sufrimiento pasaba de forma más benévola dedicándolo a soñar con nuestros héroes de papel preferidos. A veces, movidos por el cansancio, el calor y la penumbra, nos acabábamos rindiendo al sueño, pero éste era siempre impuesto, en absoluto elegido. Después, con la fresca, ya era otra cosa pues podías dedicarte a juegos más dinámicos, a remojarte en la piscina, a jugar al pin-pon en casa de los primos o dar una vuelta por el pueblo a ver qué ambiente había. Con todos los ingredientes anteriores fuimos pergeñando lo que luego se convirtió sin duda en un espacio muy querido, muy evocado junto con el resto de actividades que desarrollamos en nuestros años mozos. Todos los detalles de los que hablo aquí permanecieron hasta hoy grabados en un profundo surco, quedaron fijos para el recuerdo; los recobro a menudo porque se me quedaron pegados a la niñez y no hay quien los desprenda,…ni ganas.

Petu, 29 Mayo 2022

Mujer árbol

Mujer árbol 1, Petu

Mi primer té solo lleva como añadido la leche, lo prometo. Sin embargo al mirar por la ventana y sin salir del todo del estado de somnolencia se me agolpan figuras del exterior y cobran formas que puedo traducir en imágenes con mucha facilidad. No tienen que ser perfectas, pero es que ¡se parecen tanto! Siempre doy la bienvenida a todas estas cosas, muy feliz de que se me descubran.

El hombre con bigote me visitó muchos días seguidos, tanto que no pensé que el frío viento otoñal le borraría literalmente del mapa. Así fue como desapareció y me pilló totalmente desprevenida. El árbol se quedó desnudo. El baile de hojas se llevó primero su bigote y después acabó de cuajo con mi ansiado encuentro matinal. No soy una persona precavida en absoluto y no tengo ninguna prueba gráfica de mi amigo y es una pena…Se les echa de menos a todos y a los que no comparten nuestra misma realidad también. Son frágiles, fugaces, pero dejan huella. 

Después de ese viaje sin despedida que hizo volar mi dibujo dejando sin rostro a mi amigo del árbol establecí un nuevo contacto. Las hojas se dispusieron de manera que con un nuevo té apareció la “elegante Señora”. No sé si el té es condición indispensable para esas conexiones pero forma parte ya de todo ese ritual mañanero. Me quedo un rato inmóvil mirando como si fueran a expresarse, como si buscaran el contacto visual conmigo. Ella parece triste, ensimismada. Puede que no quiera estar ahí, o que la miren o, incluso, que yo adivine que, como en otros espejismos, su existencia vaya a ser efímera y espera resignada el desenlace del más trágico de los acontecimientos.

Me despedí de la señora en un acto de previsión. Sabía que no aguantaría el embate de estos vientos tan enérgicos mucho más tiempo. Esta vez sí pude captar la imagen. Es para mí un indicio importante de su existencia. Ahora no hay figuras meciéndose. Ahora hay ramas vacías que bailan obedientes esa coreografía autómata. Tengo fe en que mis amigos u otros en su lugar vendrán el próximo otoño y espero el encuentro pacientemente. Se ha convertido para mí en algo importante, lo espero y lo busco.

A día de hoy incluso las ramas han desaparecido por completo. La época de poda ha dejado poco más que el tronco desnudo frente a una ventana vacía. Solo cielo y el correr de nubes veo ya a través de sus cristales. No me quejo, las estaciones se suceden con rapidez y probablemente, en menos de lo que lo estoy contando, un buen amigo me salude pronto y me invite, taza en mano, a imaginar otra historia, a hablar con él, a soñar despierta.

Mujer árbol 2, Petu

Petu, 1 mayo 2022

Meditación con gato

Tiger. Foto Petu

Por una larga temporada he conseguido que mi ejercicio físico se aproxime prácticamente a cero. De ser una gran consumidora de casi cualquier tipo de método para mantenerme en forma lo he ido reduciendo cada vez más. En aquella época, en cuanto a ejercicio se refiere, entré en una fase de fatiga grande que me impedía hacer una vida normal y, claro, todas aquellas cosas a las que me entregaba con verdadera pasión fueron siendo descartadas por ser demasiado agotadoras. Cualquier actividad, incluidas las cotidianas, suponía para mí un trabajo monumental. Aunque es obvio que aumentando la actividad física disminuye el cansancio porque te provee de más energía para gastar, te revitaliza y da vigor, yo huía de aquella posibilidad y me colocaba al otro extremo: mi lugar favorito, mi rincón perfecto era el más próximo a mi querido sofá con una esponjosa manta hecha a mano por encima. Así pasé gran parte de mi tiempo viendo pasar los días y las semanas mirando a veces por la ventana, viendo alguna peli o leyendo, aunque esto último fue más adelante. 

  Con todo yo disfrutaba de un bienestar interior, de un oasis de paz que seguiré añorando siempre. Si me preguntaban cómo me encontraba, yo respondía que bien. Si me decían que tenía que animarme yo contestaba extrañada que estaba animada, incluso alegre. Mi estado no era depresivo o triste, todo lo contrario, pero no me impulsaba a la acción sino a la ensoñación. Tenía más que ver con la falta de energía que con la tristeza. 

   Con el paso del tiempo, y fue mucho el que pasó aunque yo no lo noté, fui recuperando fuerzas. Con el buen tiempo, primero al sol y luego en los paseos encontré la llave que me devolvió a mi antiguo estado. Aunque antes ya había hecho algún pinito, en algún momento mi atención se fijó de forma más constante en la meditación. Llevo varios años haciendo yoga y quien diga que es un ejercicio suave le invito a que lo pruebe. De momento tenía que posponer esa cadena de posturas y probar con algo más ligero. La meditación fue algo que compaginaba con el yoga pero al igual que éste, la meditación no formaba aún parte de mi día a día. No encontraba un momento perfecto para que fuera metódico, así que solo de vez en cuando acudía en su ayuda. Recibía grandes compensaciones pero, generalmente, cuando me descuidaba, volvía a prescindir de él.

 Aprovechando que el letargo de ensoñación pareció ceder un poco me pareció el momento idóneo para poder ampliarlo con esta técnica que me gustaba tanto. La hora elegida fue las ocho de la tarde. Pasaba con gran esfuerzo del sillón a la cama para volcarme en una sesión de meditación guiada, aunque tumbada porque no podía mantener la espalda tan recta y erguida como se recomienda. Provista de cascos para profundizar más en las recomendaciones que me daba algún profesional, me olvidaba por unos minutos del mundo y era capaz de dejar mis pensamientos al margen. Con cada sesión se perfecciona la técnica y consigues resultados cada vez más efectivos y placenteros. Con la puerta cerrada y los cascos la inmersión hacia tu interior es total, salvo que la puerta no esté cerrada como tú creías. 

   En medio de la más tranquila de las sesiones, con todas las alertas desconectadas, siento como mi gato salta como un tigre encima de mí dándome un susto de muerte. Jugando con todos los cables desconecta el reproductor y la entrada de los cascos como si haciendo las tres cosas a la vez y en sigilo fuera a recibir un premio. Lo último que mi conciencia oyó fue: estás muy relajado, tu respiración es lenta y profunda y estás haciendo un viaje a tu interior cada vez más hondo, intenso y penetrante. Tuve que interrumpir la ya de por sí paralizada sesión y realizar una nueva desde el principio porque mis nervios habían alcanzado una intensidad mayor que cuando empecé con la práctica. Unos momentos después mi gato había conseguido su mejor postura, justo en la zona de mi estómago. Fue a partir de ese momento cuando pudimos reiniciar la meditación. 

Es un trabajo conjunto como comprendo poco después: el me relaja a mí con su insignificante peso y yo a él con mi respiración. Gato y proyecto yóguico por fin los dos a una con el mismo deseo de pasar unos minutos sin distracciones, en la misma respiración, en parecida posición. En paz.

Petu, 1 mayo 2022

Ir a las fuentes

Cuando haces un viaje también realizas a veces un recorrido interior que no tiene por qué darlo en exclusiva El Camino de Santiago. A veces te encuentras con una situación vital en la que tienes algo que resolver, ir hacia delante, desbloquear o solo desconectarte por unos días y curiosamente te baja como del cielo una enorme inspiración con la etiqueta de SOLUCIONADO. A partir de ahí vuelves “como nueva” a casa. Esos son los viajes que me gustan, son aleccionadores, calmantes o  energéticos según se precise. Si tú pides algo no funciona. Lo que te regalan sin haberlo solicitado es lo que marca la diferencia; es la pista, porque generalmente las respuestas de los viajes son una incógnita, una sugerencia que  puedes considerar o no, pero si lo haces vas a tener un trayecto más directo, no vas a dar tantas vueltas y siempre vas a desentrañar algo personal, siempre habrá un aprendizaje. A veces feroz, de esos que arrancan trozos de piel, incómodo, duro; otras es más benévolo, lleno de cordialidad, dándonos sorprendentes soluciones. 

Mi amiga y yo nos escapamos en una ocasión para pasar unos días fuera y descansar de la rutina. Disfrutamos mucho, hicimos parte del recorrido solas y después coincidimos con unos conocidos y otra parte del viaje nos unimos a ellos. Muchas anécdotas para el recuerdo porque había ganas de pasarlo bien y compartirlo todo. Vacaciones, días libres, aquello que saboreas golosa como un niño un enorme pastel. Recorrimos pueblos diminutos en los que los lugareños nos miraban desde todos los rincones y llegaron a hacernos pensar que habíamos infringido alguna ley. Era pura curiosidad hacia los visitantes y aunque parecía muy extraño que, hoy por hoy, algún pueblo se hubiera mantenido lejos de las incómodas visitas de los turistas, en aquel viaje percibimos en propias carnes el excesivo interés que despertamos en sus huraños habitantes.

El silencio que se hacía cuando entrábamos en la única tienda de alimentación, el bar o el restaurante, el examen que tuvimos que encarar desde la otra punta de la plaza; nada nos amilanó demasiado porque llevábamos puesto ese espíritu festivo, algo que no podían quitarnos ni siquiera esas miradas indiscretas aunque también ariscas. Inventamos algunas bromas, expresamos comentarios en voz alta para ser oídas. Hicimos acopio de toda nuestra paciencia cuando no nos atendían y ni siquiera respondían hasta pasados veinte minutos, en éstos momentos también nos hicieron creer que éramos invisibles. No teníamos ningún deseo de importunar, todo lo contrario. De alguna manera quisimos sobreponernos y nos pareció que eso no iba contra nosotras, que acabábamos de llegar, que no nos conocían de nada y sin embargo eran sus prejuicios los que estaban relacionados con todo aquello que representábamos, con nuestro origen y no con nosotras en particular. Nuestra presencia inquietaba tanto a nuestros vecinos como a nosotras su molesto escrutinio. Sostuvimos unos días más la incómoda sensación y después abandonamos aquel bello pueblo y seguimos nuestro camino buscando otros parajes en los que no despertásemos esas reacciones.  

En una gran ciudad pasamos más desapercibidas y disfrutamos de los días de más calor de aquel verano incluso metiéndonos en una fuente enorme para remojarnos levemente, algo que no estaba del todo permitido. Sentadas en el bordillo, jugando con los pies sumergidos en el agua y rememorando las numerosas anécdotas que nos había regalado el viaje nos reconciliamos con esa gente y sus peculiares costumbres. Supongo que el descanso, la distancia a la que nos encontrábamos de aquel pueblo y el chapoteo también tuvieron un papel importante para limpiar esos recuerdos y que fueran un poco más amables. Nos reímos mucho y solo con esa actitud conseguimos quitar hierro al asunto. Purificamos todas nuestras emociones con el baño y depuramos esa desagradable sensación que hasta el momento seguíamos sin entender.

Cualquiera que sea la compañía, el propósito y el sitio al que viajas traes algo diferente de lo que llevabas, pero también dejas en el destino cosas que no vuelven contigo: una experiencia, una perspectiva nueva, un enfoque diferente, algo con lo que no contabas. Ir a las fuentes es grato siempre, sea cual sea el estado de ánimo, la conciencia y más si la temperatura ambiental es en extremo calurosa. En cualquier caso, para mí profundizar en el sentido de las cosas y en su origen es tan esclarecedor como un baño de pies.

Petu, 13 marzo, 2022

Joie de vivre

©Joie de vivre, Petu, 2022

El día y la hora se aproximan despacio y lo saboreas, te ilusiona saber que en nada te encuentras con unas buenas amigas para charlar, para huir de la monotonía y las obligaciones. Así es la sensación de quedar con quienes conoces bien, a esas personas que siempre dejan una huella grata, un buen sabor de boca y una estela de risas. Estar a las buenas y a las malas te proporciona una gran calma si puedes compartir con tus allegados las cosas “que van pasando” mientras vives; así estrechamos las relaciones de amistad pero sobre todo inflamos el cariño que sentimos por esa gente tan especial que comparte muchos de nuestros sueños.

Algunos de esos amigos nos enseñan a ser precavidos, a ir con cautela por la vida y tomar cualquier decisión con mucha prudencia. Otros nos contagian su despreocupación al tomarse todo como un atractivo riesgo y nos animan a  ir a por todas, sin reservas. Cada uno estamos hechos de distinta pasta y gracias a que en nuestro entorno tenemos un gran muestrario de formas de ser aprendemos de como afrontan sus problemas nuestros semejantes y a veces lo hacen de formas muy diferentes a las nuestras.

Mis amigos me aventajan en tomarse la vida con menos seriedad que yo. He conseguido perder un poco ese respeto reverencial que resulta excesivo gracias a ellos. No sé si la respuesta está en conjurar los miedos, alejar la sensación de peligro o lidiar con el peso de la vida cotidiana. El caso es que esas reuniones son tan enriquecedoras, estimulantes e inspiradoras que contribuyen a levantar el ánimo y a potenciar la motivación de todas nosotras de una manera casi inmediata. Nos consuela y a la vez refuerza creando una suerte de vitalidad que no teníamos antes de la reunión. Una vez elevado el ánimo de todas nos alentaba para que esa sensación se quedara junto a nosotras por unos días, porque la intensidad con la que trasformaba nuestra energía en una sola reunión nos traía muy buenos recuerdos durante mucho tiempo.

Pues se ha marchado todo un modelo dentro de ese grupo de grandes inspiradoras. Se nos ha ido un ejemplo de concordia y desafío que siempre combatió con las armas de la diversión y el disfrute y se defendió con un numeroso y dispar equipo humano. Miró a la vida de cerca con un enorme sentido del humor cuando había que echarle coraje. No pudo llevarse con ella ese gran repertorio de anécdotas, de ejemplos de cómo darle la vuelta al sentido trágico, al drama y una vez pulido convertirlo en chascarrillo. Los dejó con nosotras.

Ahora estará alegrando a otros, haciéndoles disfrutar como tantas veces lo hizo aquí; desviando quejas e infundiendo valor. Ninguno de nosotros se mostrará rencoroso, no le vamos a reprochar que ya no esté, que se fuera mucho antes de tiempo. Al contrario, estamos agradecidos de haber encontrado entre tantos a una reina de la sonrisa, la broma y la fiesta. Estimada colega, nos hacemos a un lado aunque con mucho dolor para que puedas seguir tu estela de amistad y de celebración en otro plano. Te llevas gran parte de cada uno, nos dejas un buen trozo de ti. No nos pidas sin embargo que te olvidemos. Aunque aún no hemos logrado hacernos a la idea, te enviamos un emocionado y dulce hasta siempre.

Petu, 13 marzo 2022

Buenos días

©Rhea Hayes

Hoy ya no se saluda a un desconocido por pura cortesía cuando pasas cerca de alguien, así que no saludar en estos casos no se considera un despiste sino lo normal. Pero el despiste no está reñido con la caballerosidad. Los buenos modales deberían perdurar en el tiempo por encima de las costumbres y la familiaridad que mantengamos con ciudadanos, vecinos o conocidos y conservarse así siempre. En los pueblos y en el campo las personas que se cruzan se saludan aunque sea con un imperceptible movimiento de cabeza. Puede que se conozcan de vista, puede que nunca hayan coincidido, pero la educación obliga, o al menos obligaba, a un cordial ¡buenos días! o ¡buenas tardes! En las ciudades solo existe el saludo para gente que ya tiene algún tipo de trato. Debe haber cierto vínculo y en el resto de las ocasiones no es obligado. 

Mis padres se saludaron como lo habrían hecho dos perfectos desconocidos en unos jardines delante de otras personas cercanas a ellos que no daban crédito a la escena, y después de  que mi madre comentara que su marido era el ser más despistado de la tierra tuvo la oportunidad de demostrarlo holgadamente. Ese día nosotros éramos muy pequeños y jugábamos en el parque junto a los hijos de sus amigas, mientras las madres tomaban un refresco. En ese momento vieron venir a mi padre de lejos. Iba tranquilamente dando un paseo a casa para comer y por ello atravesaba el parque en el que estábamos nosotros. 

Mi madre se levantó con ese ademán de: veréis ahora lo que os he dicho, aunque no me creéis. Se acercó hasta donde estaba “aquel señor” e hizo como si se encontrara con él en medio de una gran terraza llena de mesas con gente charlando. Cuando llegó hasta donde estaba le miró de cerca y le dijo, buenos días, y siguió adelante fingiendo que se había cruzado con cualquier extraño. Sin inmutarse y con ademán impecable mi padre devolvió saludo y gesto como si de un dandi se tratara y continuó su camino ante el asombro palpable de todas las amigas, que ahora quedaban convencidas porque lo habían presenciado en directo.

Lo que ya no sé es si llamaron a mi padre en el mismo momento para hacerle saber que había sido objeto de una broma describiéndole los pormenores de lo ocurrido o se lo contaron más tarde, sin embargo estoy segura de que lo tomó con ese gran sentido del humor del que siempre hizo gala. 

Petu, 13 Marzo 2022

¡Una de caracoles!

Caracoles, watercolour, Petu 2022

Hija, tú eres lenta. Eres lenta como tu padre, me dice siempre mi madre… Y es verdad. Voy a otra velocidad. Hago las cosas a mi ritmo y a veces pongo de los nervios a los que me rodean; me esperan pacientemente a que acabe de hacer lo más cotidiano y pierden la calma hasta los más tranquilos. Me pones nervioso, oigo a menudo. Alguna vez he contestado, si el tono era demasiado crítico: no, yo no puedo ponerte nervioso, tú ya eres nervioso. No lo hago adrede ni mucho menos, cuando estoy en grupo aprieto el paso, soy más solícita e incluso puedo correr. Tengo claro que voy con más gente, que algunos no tienen tiempo que perder. No quiero obligar al resto a ver pasar la vida con la misma cadencia que yo. Eso suena un poco egoísta.

Pero cuando estoy sola estiro esos momentos y los paladeo. Mi tendencia a ensimismarme viene de lejos. Creo que me entretenía sola desde pequeña, que seguía mis propias cavilaciones y me costaba aterrizar cuando me hablaban si estaba en medio de mi cadena de pensamientos. La timidez también magnifica esos diálogos internos, te hablas a ti misma, tienes una vida aparte. Me relaja esa lentitud mía que irrita tanto a los demás a veces; viene muy bien para ordenarte la cabeza, el armario y la vida. Yo apostaría por intentarlo si no lo habéis hecho, aunque solo funcionara para una de las tres cosas. 

Claro que, actuar así tiene repercusiones. Cunde menos todo, te da tiempo a hacer exactamente la mitad de lo que habías programado, pero cuando acabas no se te sale el estómago por la boca, no estás agotada como cuando pierdes el autobús después de darte la gran carrera. Generalmente no siento tristeza por lo que no he conseguido terminar, pero soy consciente de que me ha llevado muchos años salir airosa si lo he alcanzado con el tiempo. He tenido que esforzarme mucho para no decir ¡mañana lo termino! No es fácil pero en algunas ocasiones he podido decir sin despeinarme ¿pero para quién es importante, para ti o para mí?

Si he conseguido muchas cosas es a fuerza de mucho ensayo-error, de sentir que un sobre esfuerzo no es malo si es puntual; pero la cadena de voy-a-agotarme-para-conseguir-algo y mañana me monto en otro tren desbocado sin un criterio concreto ni dirección aparente. No vale de nada. Si en un momento de tu vida tienes la sensación de que todo se reduce a eso no hay duda, por ahí no es. Ya sé que tampoco se resuelven las cosas con excesiva tranquilidad, pero conseguir moverte en un término medio siempre ha sido lo más saludable. Lo mejor para no claudicar en una sociedad tan acelerada como ésta es no dejar colgadas cosas sin hacer, pero tampoco permitir que la vorágine te arrastre con su enloquecida competición. No seamos nunca más correcaminos. Votemos por las carreras de caracoles.

Petu, 24 enero 2022