
Lo más inspirador para mí es siempre lo que más me sorprende de las personas que me rodean. A veces hasta del desconocido aquel que solo tiene conmigo un breve intercambio de palabras, un leve gesto o una muestra de apoyo sin conocerme. Me inspira lo inesperado, lo creativo y lo que hoy está de más con quien no es de tu familia, de tu círculo; el detalle afectuoso, el acercamiento educado, la amabilidad como derroche, como fiesta.
Nos cuesta mucho expresarnos y, mucho más que eso, nos es muy difícil intercambiar cumplidos o ser amables en nuestras relaciones sociales.Tengo innumerables ejemplos de familiares, amigos y también conocidos de los que siempre recojo carros de enseñanzas; modelos para cualquiera que esté dispuesto a aprender de los grandes aciertos, simplemente observando su saber estar, su forma de conducirse e incluso sus elecciones vitales.
Si tu opción personal es indagar acerca de todo, analizar para mejorar, hay multitud de ejemplos sobrevolando, millones de preguntas por hacerse. En las respuestas encuentro caminos diferentes, divertidos pero también muy valientes y comprometidos. Me emocionan por igual gente de a pie y gente “grande”, personas sencillas y grandes eruditos. Todos ellos tienen un marco que hace de sus vidas un proyecto noble y bello. No prefiero a unos por encima de los otros. Hay honrosos modelos de ambos grupos que me entusiasman y a los que agradezco innumerables enseñanzas.
Pero cuando literalmente te chocas con violencia con uno de tus mayores referentes, un hombre sabio, honesto y muy muy culto miras a lo más alto para agradecer ese regalo que no esperas. En ese momento no te preguntas ¿por qué a mí? ¿por qué yo? Simplemente te alegras de estar en tu piel, de estar ahí y de haber sido tú la que ha recibido el impacto de ese personaje al que admiras profundamente. Un ser humano cuya altura en centímetros no desmerece su sabiduría en multitud de campos y tampoco su humana delicadeza en el trato, como me consta desde aquella sorprendente e involuntaria embestida.
Medio recuperados de la conmoción pero aún aturdidos, ese singular encuentro resultó después un poco más desconcertante pues ambos, y al mismo tiempo, intentamos disculparnos, quitándonos la palabra e interrumpiéndonos continuamente para poder expresar lo que sentíamos ambos ir cada uno en su mundo, haber sido tan descuidados y provocar esa colisión con otro transeúnte que no tenía ninguna culpa.
Miré muy muy arriba y vi su cara cargada de preocupación, su angustia era real al preguntarme si estaba bien, si me había hecho daño. Yo no le pregunté lo mismo porque mi estatura difería mucho de la suya y probablemente había notado la mitad de la embestida que yo. Después de asegurarse de no tener que lamentar contusiones ni heridas vinieron las risas, cuando nos dimos cuenta de que ambos habíamos salido bruscamente de nuestros propios pensamientos, que no íbamos mirando donde caminábamos porque, seguramente, las cavilaciones en las que estábamos sumidos iban en primer lugar de importancia dentro de nuestra lista de prioridades.
Nos deseamos buen día y seguimos nuestro paseo no sé si ahora más concentrados, para no repetir esa curiosa habilidad con otro peatón incauto, o igual de ensimismados que antes. Encantada con la experiencia, y sabiendo que no todos los encuentros son tan especiales como aquel, pasé la mayor parte de ese día, y muchos otros después, con una sonrisa tonta dibujada en la cara cuando recordaba de nuevo el suceso y decía en voz baja ¡qué suerte la mía!
El marco en el que tuvo lugar ese encuentro fue El Retiro, en el conocido Paseo de Coches, el motivo que nos condujo allí fue la Feria del Libro, y aquel entrañable hombre que ya admiraba antes de “tropezarme” con él, pero que después siempre vendrá a mi memoria acompañado de un gran gesto de felicidad era, el también grande en todos los sentidos, José Luis Sampedro.
Petu, 10 enero 2022

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